Hoy quiero, brevemente, reflexionar con ustedes, sin referencias bibliográficas, sobre mi identidad autista, sobre lo que he podido conocer y aprender en 16 años de convivir con autistas la mayor parte del día, casi toda la semana. Mi vida con adultos, adolescentes y niños autistas, en EITA, ha sido la mejor morada para alguien que, sin saberlo hasta los 45, siempre estuvo en casa.
La persona que dice “soy” se coloca en un lugar, determina su existencia. Señala un sitio que nadie puede arrebatarle: el de su ser, su identidad. Puede habitar en él en cualquier lugar donde esté. Decir “Yo soy” funda un hogar mental y emocional en cualquier parte del mundo.
“Tener” es aleatorio, contingente. Uno “tiene” objetos que, finalmente, no son uno mismo, que pueden conservarse o perderse. Uno “tiene” enfermedades, pasajeras o crónicas, pero no es su enfermedad. “Tener algo” nunca determina quién “soy”, salvo en las ilusiones del consumo, en las prótesis del yo.
El autismo no es un trastorno, lo sabemos de sobra. En cada vínculo autista siento una forma de “ser”: miradas, pensamientos, sentires humanamente distintos, donde se construye, percibe y dice la realidad de manera diferente.
Es cierto, todos somos diferentes, pero algunos somos más parecidos a otros.
No decimos de alguien que “tiene” normalidad; decimos que “es” normal. No decimos “tiene neurotipicidad”, sino que “es neurotípico”, señalamos. Pareciera que, en la vida mental y afectiva, todo lo que escapa de la norma se “tiene”, como un accesorio, una carga que impide la normalidad: “tiene autismo”, “tiene déficit de atención”, «tiene dislexia», etc.
Impedir que alguien “sea” es negarle su identidad: partes que construyen la casa del ser, que permiten habitarla, vivir la propia vida y sus circunstancias. “Soy peruano”, «soy mestizo», “soy católico”, etc. No “tengo peruanidad”, no «tengo mesticidad», tampoco “tengo catolicidad”, y así.
En la vida de lo juzgado como “normal” o “trascendente” se dirá “es”. En lo sancionado como distinto, y por ello reprobable, se dirá que se “tiene”.
Los autistas “somos”. Somos autistas porque, gracias al autismo y desde nuestro autismo, construimos y habitamos formas de vida, de sentido, de amor y de afecto demasiado humanos y diversos.
“Somos” autistas para “estar” en este mundo. Necesitamos «ser» para vivir una vida plena, digna, autista.
Ser para la vida autista.