En un interesante (y ya antiguo) artículo llamado Un transtorno que va más allá de la excentricidad, el especialista en autismo Fred Wolkmar, a propósito de si el científico Henry Cavendish era o no Asperger, señalaba: “Desafortunadamente hay una especie de industria casera dedicada a descubrir que cualquiera tiene Asperger”, para luego acotar que Cavendish, en definitiva, era un tipo “extraño”.
Lamentablemente, desde hace mucho, se asocia la excentricidad, extravagancia o simple «rareza» con el autismo. James McGrath, señala que se ha creado toda una narrativa de lo que es el «ser autista», alimentado, sobre todo, por Hollywood. Tenemos, así, un estereotipo del autista adulto, blanco, dedicado al STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemática), una suerte de «genio» cuyos dones ejercen una fascinación en su entorno y lo libran de todo problema. Un modelo pernicioso pues no todos los autistas se inclinan hacia los números (la mayor parte no); reduce la percepción de los intereses y carreras de quienes se orientan a las letras y las artes; excluye a la población femenina; minimiza las barreras de acceso al empleo, salud y educación en la comunidad autista.
Esto se une, por otra parte, a aquella industria que señala Volkmar de exhumar biografías en pos de un diagnóstico.
Un diagnóstico de autismo se basa en analizar características de procesamiento atípicas que colocan a la persona, muchas veces en situaciones de discapacidad:
– El tipo de procesamiento cognitivo: suele ser monotrópico (es decir, la hiperfocalización en un área o tarea a la vez).
– Las áreas de la llamada “Tríada de Wing”: comunicación, relaciones sociales e intereses profundos.
– Las formas distintas de la empatía (en el autismo, centradas en el compartir intereses o información antes que en la «teoría de la mente neurotípica»).
– El campo sensorial (híper o hipo sensorialidad respecto a la población neurotípica).
Ahora bien, si hacemos una rápida búsqueda en Google bajo “famosos autistas” podemos encontrar: nombres de personajes que no sabemos si lo fueron o lo son, como Spielberg, Michael Jackson, Bill Gates, Mozart, Einstein o, últimamente de moda, Putin.
Por más que tengamos una biografía inmensa, el método de la psicobiografía no es lo suficientemente válido para dar un diagnóstico que respete un rigor ético y profesional. A lo sumo, podremos decir que la persona era “atípica”, o seguramente «neurodivergente», nada más.
Algunos parecerán cercanos al espectro autista acordes al llamado «fenotipo autista ampliado». Personas con marcadas características, sobre todo en los familiares de personas autistas. Lamentablemente, este concepto ha traído otras dificultades asociadas al «todos tenemos un poco de autistas», lo cual banaliza la importancia de la detección, las vicisitudes de la condición de vida, la identidad misma. Se es autista o no se es autista.
En este sentido, Tim Burton no es autista, Messi tampoco. A menos que alguno de los dos lo confirme en una entrevista.
Debemos decir «basta» al comercio del diagnóstico a «celebridades» que el periodismo, las series, los autores, amparados en profesionales con afán de portada, realizan sin pudor. Lo único que se logra es la vulgarizar el autismo, volverlo una moda y olvidar lo esencial: ser autista no te hace mejor o peor que nadie, es una condición de vida con sus luces y sombras, y que muchos viven en situación de discapacidad.
No busquen entre los muertos, tenemos muchos referentes actuales y reales en la comunidad autista. El diagnóstico lleva a la identidad que habita una persona, un nombre. Merece de nosotros respeto, no clichés.