Sabemos que las personas autistas suelen tener perfiles sensoriales distintos a los de la población neurotípica. Su procesamiento respecto de los estímulos puede ser hipersensitivo (por encima de lo usual) o hiposensitivo (por debajo de lo típico). Dado que el mundo y sus contextos están diseñados por y para neurotípicos, es frecuente que no se tomen en cuenta estas características en la adecuación de los entornos de las personas autistas. Para una persona neurotípica es difícil considerar como problemático lo que siempre ha considerado «normal» y lo usual es pedir que el autista se adapte siempre porque «así está diseñado el mundo» y no siempre podrán hacerse los cambios requeridos.
Este tipo de respuestas colocan la demanda de adaptaciones no como necesidades reales sino como caprichos que deben ser sorteados en pro de las necesidades del entorno y no de la persona.
Dado que tendemos a privilegiar el papel de los pensamientos frente al de las sensaciones pareciera que bastaría con dirigir cognitivamente nuestras necesidades en hacia lo «normalmente» esperado. Sin embargo, nuestro sistema nervioso autónomo no funciona así, como lo muestra la teoría polivagal de Stephen Porges.
La teoría polivagal señala que el sentirnos seguros depende de la «lectura» que nuestro sistema nervioso hace del entorno. Es la llamada «neurocepción», un proceso neuronal que no depende de la consciencia y que actúa valorando si el ambiente es seguro, supone un peligro o entraña una amenaza vital. Así, se activa nuestra conexión social en caso de seguridad, los sistemas defensivos de lucha o huída en caso de peligro o el bloqueo-parálisis en caso no podamos desplegar los anteriores. Esta valoración del sistema nervioso autónomo no depende de la conciencia, tampoco el tipo de defensa que se despliegue.
Entonces, que el sistema nervioso autónomo de la persona autista, a través del procesamiento neuroceptivo, evalúe como seguro, peligroso o mortal un contexto o situación no depende de patrones cognitivos (en este sentido, muchas veces ni siquiera de la anticipación) sino de cómo procesa la información sensorial ese cuerpo de acuerdo a su perfil. Si este es «híper», por encima de lo que tolera la media, se sentirá en peligro pese a que para otros le parezca que puede adecuarse.
La experiencia del peligro lleva a respuestas de lucha o huída que en el autismo pueden vincularse con formas de colapsos tipo «meltdown» (estallido) o la necesidad violenta de dejar el lugar. Si esto no funciona se activará una respuesta de indefensión que se puede asociar a la forma de colapso autista denominada «shutdown» (apagado) y en versiones más intensas con la parálisis que conduce a la disociación.
No es suficiente el manejo cognitivo de las situaciones contextuales. Adaptarse a los entornos no pasa, la más de las veces, por la voluntad ni por el afrontamiento que nuestro pensamiento pueda hacer de la situación. Tiene que ver con cómo nuestro sistema nervioso decodifica el ambiente. Vivir con la sensación de peligro o amenaza constantes porque el entorno no está ajustado a las necesidades sensoriales no sólo inhibe nuestra capacidad de conexión social sino que genera complejas formas de trauma.
Las acomodaciones de los entornos son vitales, literalmente hablando. Son la diferencia entre la conexión social y el bienestar o la prolongada vivencia del peligro y el miedo. El apego a la vida o la pérdida de toda confianza.