Una de las teorías (aún) más populares (postulada en 1985 por Baron-Cohen y sus colaboradores), en cuanto a la explicación del funcionamiento (y sus retos) social en el autismo, es la «teoría de la mente». De ella parten también muchos enfoques de intervención. Tener una «teoría de la mente» es poder inferir y atribuir pensamientos e intenciones a los demás; donde, por «teoría», podemos entender «conjetura», atribuyo que el otro tiene una mente como la mía, con un similar sistema de creencias, pensamientos y deseos. Así, interpreto su actuar, su pensar, como lo haría con los míos.
Cada sociedad, así como comparte una lengua, comparte una serie de tradiciones, saberes y creencias. Este acervo, permite a la mayoría el poder comunicarse e interactuar lo más efectivamente posible. Corresponde a esta mayoría -neurotípica- establecer los parámetros, los valores, según los que se comprenderán y juzgarán lo que piensa, dice, hace, el otro en el universo compartido. A imagen de lo que entendería y juzgaría para mí mismo.
Por regla general, las creencias son atajos cognitivos que buscan que interpretemos con mayor rapidez una situación. Un extranjero será juzgado, en principio, no bajo la base de su sistema de creencias sino bajo el de la comunidad donde ha llegado. Generándose hacia él, incluso, una serie de prejuicios ante conductas que no se logran comprender del recién llegado y que en su lugar de origen no supondrían un problema.
Si esto ocurre con un recién llegado, ¿qué no ocurrirá con alguien cuyo neurotipo es distinto, un autista por ejemplo?
De un autista se juzgará que no tiene una teoría de la mente, es decir, que no puede conjeturar, teorizar, sobre cuáles son los pensamientos de los otros, sus emociones, sus sentimientos. Por extensión, que no posee una mente que pueda empatizar adecuadamente. Es una forma de deshumanización donde se buscará una terapia que repare este déficit y que le permita participar de la manera más típica posible en la vida de la comunidad.
La comunidad donde se desarrolla un autista es también su comunidad. El acervo, la forma de concebir el mundo, los usos, la expresión de lo humano de aquella no debería de estar circunscrita a la expresión de un solo neurotipo. Un autista tiene una teoría de la mente. Una de tipo autista. Un autista interpretará a los demás en base a la manera cómo procesa sus propios pensamientos y afectos. De la forma como su mente percibe el mundo supondrá que deberá serlo para los demás. Para él los demás privilegiarían detalles y patrones; profundizan en sus intereses y comparten en torno a ellos como forma de expresar su afecto. Emociones e intenciones se manifiestan de modo directo, sin tener que entrar en complicadas presuposiciones. ¿En qué medida podemos decir que un. autista no tiene una teoría de la mente? Claro que la tiene, de su propia mente.
Es importante que los autistas aprendan los usos y costumbres del entorno mayoritario que les rodea, no sólo para poder interactuar sino para protegerse también. Pero no es menos importante que esa mayoría asuma que el modo de interpretar autista, de comprender y suponer a los demás, de empatizar, no supone una forma menos humana de concebir la realidad mental del otro sino complementaria. Una forma de nutrir nuestra perspectiva humana, como cuando las palabras de una nueva lengua nos brindan detalles nuevos donde detenernos e incluso habitar.