“Llega a ser quien eres” es un verso de la “Pítica Segunda”, una oda donde Píndaro exhorta a los deportistas griegos a una superación constante hacia la cima de su potencial. En nuestros días, como apunta el ensayista alemán Rüdiger Safranski en su libro “Ser único”, la autorrealización está ligada al consumo, a aquello que puede mostrarse externamente, lo que puede ser comprado. Sin embargo, esta autosuperación contenida en las líneas iniciales habla de la llegada hacia uno mismo. Una superación de un yo aparente para llegar a un yo auténtico, con la iluminación, afirmación, dominación, y gobierno de sí necesarios para alcanzarlo. Rumbo al ser único.

“Ser único” parece ser una de esas tautologías insoportables, similar a su opuesto, el depreciado eslogan “todos somos diferentes”. Frases ante las cuales cabe asentir llanamente o alzar los hombros antes de pasar a otro tema. Pero no, no se trata de una frase hecha para tiempos de positividad. Ser único es un trabajo, una labor por la cual uno se descubre como individuo. Y para nosotros, los autistas, es en extremo importante pues supondrá, llegado el momento, renunciar a los valores sociales establecidos cuando nos alejan de nuestro ser autista, y mantener una distancia posterior. Estar en el mundo neurotípico sin ser de él.

Este es el sentido de “ser únicos”, llegar a ser el autista que somos, individualizarnos respecto de los mandatos de normalización, de medianía, para trasponer las máscaras hasta ahora necesarias. En esas restas de facetas, de rasgos adquiridos y superpuestos, acceder a las características propias y únicas. Para reconocerlas también en otros, hacerlas comunidad y cultura autistas.

En un escrito anterior decía que el éxito para un autista es poder ser autista. Hoy, podemos aumentar: llegar a ser el autista que eres. Ello plantea un desafío enorme en una sociedad que activará todas sus fuerzas y barreras para impedirlo. Dicho camino estará marcado por permanentes exclusiones. Cuando la sociedad neurotípica no puede asimilar a alguien, homogeneizarlo, intentará cercarlo, incluirlo en determinadas periferias para, si persiste la diferenciación, finalmente excluirlo.

Sería ideal conocer nuestra identidad autista desde la infancia, con la naturalidad de nuestra nacionalidad. Una identificación temprana preparará a los cuidadores para los duelos necesarios, para aceptar el autismo en su hijo o hija, respetar el camino que lo lleve al gozo de su naturaleza y prepararlo. En esta situación, la construcción de un yo autista diferenciado de la actuación social neurotípica se dará en concordancia con la estima de las propias características, el establecimiento de límites, la petición de apoyos y de ajustes razonables, y el cuidado de sí.

Para quienes hemos recibido un diagnóstico en la adultez o para quienes, habiéndolo recibido durante la infancia o adolescencia, no tuvieron una crianza neuroafirmativa, la andadura hacia nuestro ser comienza con el extrañamiento del mundo, el hastío de fingir, la vuelta de un burnout. Con la rebeldía que irrumpe o la serena intuición de una existencia mejor y nueva.

Coincide con la comprensión de un diagnóstico que, resignificando las experiencias pasadas, permite la elaboración de una historia renovada. Se vuelve la dimensión esencial de una identidad a la medida de nuestra mente, de nuestros sentidos, de nuestros afectos. Una donde disfrazar menos, atrever con mayor profundidad nuestros intereses, celebrar viejos y nuevos rituales. Pasos donde tantos habrán de decir: “desde que recibió su diagnóstico de autismo se volvió más autista”, como resignación hacia quien parece no ver la deriva a enfrentar. Una vida lejos de la aspiración neurotípica es algo temido por todos aquellos que desean la menudencia de algún privilegio o, al menos, librarse lo más posible de la marginación.

Afirmar nuestras características es considerar que el autismo determina quiénes somos, es indivisible a nuestra personalidad, es la razón de estar de un modo determinado y no de cualquier otro. Aquello desde donde emanan nuestras mejores luces, la explicación de facetas sombrías, el porqué de nuestros impedimentos. Dimensiones unas más posibles de aceptar que otras. Todas a afirmar con necesario aplomo para apropiarnos de un lugar, nuestro. Donde, finalmente, como señala mi colega Andrea Mesones, podamos aceptarlas radicalmente, concluyendo la pelea con la realidad, la del yo enmascarado, aparente, una imposible de habitar. Otra realidad, una autista nos reclama, un nuevo hábitat en medio del mundo conocido, una piel reconocida entre las capas de camuflaje. Una de amorosa lucha hacia el cercano y aparentemente inalcanzable yo auténtico. Entonces soy uno, alejándome de tantos otros imposibles, y empiezo a saberme único. Para empezar a ser el autista que debo ser.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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