El fin de semana pasado, 30 de septiembre y 1 de octubre, tuve el honor de participar en un evento histórico: el Primer Congreso Hispanoamericano Autista. Durante dos días, por primera vez en nuestra lengua, una mayoría de ponentes autistas (10 de 14) expusieron sus reflexiones sobre el autismo desde la manera correcta de hacerlo: por autistas.
La academia, las investigaciones en este campo, aún están dominadas por los prejuicios e incomprensión de la óptica neurotípica, del modelo médico, del paradigma de la deficiencia y de la exclusión del saber autista. Este fin de semana, en Guadalajara, esto ha empezado a cambiar: la voz y óptica han sido autistas, el modelo ha sido el social-relacional sobre la discapacidad, el paradigma el de la neurodiversidad, el saber devuelto y re-apropiado en quienes pueden hablarnos fidedignamente del tema, en quienes son sujetos de aquello de lo que hablan, donde el autismo no es objeto de estudio: es su existencia.
Este congreso ha sido, a mi modo de ver, la afirmación de una comunidad. Hacer comunidad, afirmar su necesidad, es algo contracultural en nuestro tiempo. Como señala Byung-Chul Han, vivimos en una época de comunicación sin comunidad. Las redes sociales ahora venden esta idea, la de la “community” que se arma ficticiamente y no es un lugar de reconocimiento sino de reproducción de egos, de autoproducción y likes, de episodios y datos que se desvanecen, de vacío. Una auténtica comunidad es heredera de aquellas donde las narraciones acontecían en torno al fuego y donde uno podía reconocerse en esos relatos, en los mitos que buscaban explicar el mundo siempre en relación con quienes los narraban, porque la verdad se construye en comunidad, porque el símbolo existe para reconocerse.
Este fin de semana hemos visto la comunicación en comunidad, en relatos del autismo habitables para todos ellos, tejidos de historias y no de datos. Un conjunto de datos nunca formarán una narración. Para ello es necesario no sólo el informe de un hecho sino el sostenimiento por una voz reconocible, por una experiencia de vida donde me halle, donde esté también mi historia y sea, entonces, también la historia de otros. Una narración entretejida, siendo así, entonces, la verdad. La nuestra.
La verdadera comunidad, la que puede sostener una historia de sí misma, es también el espacio de la fiesta. Y este congreso ha sido también una fiesta del espíritu autista. Porque junto con el espacio reflexivo también ha convivido el lúdico, el de la alegría de la presencia con quienes ya existían amistades forjadas en la virtualidad; el del poder compartir las formas del afecto autista sin restricción, a través de la mirada amable a los intereses profundos, a la interacción en paralelo, a los regalos inusuales en su luminosidad (el famoso “penguin pebbling”) al volcado de información compartida (el amor en y por el “infodumping”). Dos días donde la realidad pudo mostrase amigable, amable, lejana a los poderes, constricciones, violencia, de la sociedad neurotípica y capacitista. Se podía respirar porque se podía ser; se podía estar porque había seguridad. Por dos días la vigilancia y desconfianza hacia el mundo, el ahogo del trauma y los flashbacks cedieron, mostrándonos que es posible esa tierra litoral de vínculo y de respeto.
Donde hay comunidad hay historia, hay fiesta y hay cultura. El autismo es una cultura diferente, con sus formas y costumbres distintas, con sus modos de hablar y de comunicarse multimodalmente, con sus aspiraciones y reivindicaciones. Con su identidad propia. El conjunto de características que cuando no son penalizadas son fuente de creatividad y de bienestar pero, sobre todo, de libertad y afirmación por la vida. Vimos por dos días la vitalidad de una cultura en marcha, de una identidad que al enunciarse, al sostener “yo soy…” apuesta por la existencia, conjura el mundo de la muerte e intenta escribir luces en el espanto, unir con oro los fragmentos, sortea el destino del trauma a través de los rostros donde se nos permite comenzar a creer, confiar y acaso sanar.
Hubo comunidad autista, fiesta autista, actividad autista, contemplación autista. Un mundo más allá del capacitismo y la neuronorma. Gracias a Alejandra Aceves (Alita) esto fue posible. Y junto a ella las demás voces autistas: Autiblog, Cristina García, Valeria (Selenita) Godoy, Mario Castelán, Blanca Lázaro, Alexa Medina, Sara Codina, Carmen Molina, Yadira García, Catalina Espina. Con ellas, voces neurodivergentes (la de Adrián Quintanilla y la mía) y dos neurotípicas (Emily Finn y Alma Cavazos) estuvimos para acompañar, para comentar a pie de página esta gran historia. Todo espacio poblado de voces autistas será un hogar reconocible, en cualquier latitud. Porque todas estas voces son el tiempo bueno.