El 3 de octubre 1938, Hans Asperger utiliza por primera vez, de manera pública (lo había hecho ya en su correspondencia hacia el año 1934) la palabra «autismo» en el marco de una conferencia en el Hospital Universitario de Viena.
Hace poco más de 30 años, respecto del autismo, se hablaba de una prevalencia de 4 niños en 4000. Hoy se acepta que hay 1 en 100, de manera estándar.
Evidentemente, antes de 1938, cuando se empieza a acuñar el diagnóstico, ya existían personas autistas. Como hemos anotado antes, los genes del autismo se encuentran con nosotros desde los inicios de la evolución.
En sus “Máximas”, La Rochefoucauld se preguntaba si podríamos ser capaces de sentir amor si no tuviésemos la palabra “amor”. Pregunta asaz tramposa pero que sirve para esta reflexión: las palabras albergan conceptos, bajo ellas se sintetizan una serie de rasgos semánticos que agrupan tales o cuales características que están en el decir de los hablantes. Bajo la palabra “amor” se nos trasmite cómo reunir una serie de sensaciones y afectos que, sin ella, quedarían desperdigados, sometidos a la simple y azarosa relación de apego. Tener una palabra que designe “algo” hace que nuestros sistemas perceptuales sean proclives a focalizar la atención en “aquello” ante su evocación, recuerdo, experiencia.
De la misma forma, antes de existir “autismo” como unidad diagnóstica, hubo relatos sobre personas «extrañas», extravagantes, dotadas de talentos fuera de lo común. Tenemos, así, a Junípero de Asís, Hugh Blair, John Howard, etc. Descripciones conservadas por la curiosidad neurotípica.
En los sistemas orales, mucho más tolerantes y permeables a la diversidad, personas neurodiversas conviven en las tareas cotidianas: ¿quién no desea un chamán que sepa todas las fechas, recetas, rituales? ¿quién no un hábil tejedor de redes?
Al ser el autismo una condición genética del neurodesarrollo, se espera que la tasa sea estable en la población mundial pues no se encuentra condicionado por variables ambientales, sociales, étnicas.
No hay una epidemia de autismo pese a que, los centros de control y prevención de Estados Unidos hayan encontrado una prevalencia de 1 en 54 en 2020. Un estudio realizado en Suecia, por Christopher Gillberg, arrojó en el 2015 de arrojar una tasa de 1 en 105, sin modificaciones significativas entre 1993 y 2002. Recordemos que este investigador fue el primero en hacer un estudio sobre la prevalencia del Síndrome de Asperger en dicho país.
En América Latina no disponemos de estudios de prevalencia de gran envergadura. En Europa, estos suelen tener un mayor ajuste a la realidad en la medida que los servicios de salud y de educación están integrados a las políticas públicas. En Estados Unidos, se necesita de un diagnóstico de autismo para poder acceder a muchos servicios, además, su manual diagnóstico, el DSM 5 es un instrumento de laxo e impreciso para determinar esta condición.
Mientras más sabemos del Autismo más proclives somos de verlo en la población cercana. A diferencia de hace 30 años, los profesionales de atención primaria y psicopedagogos están más atentos ante determinadas señales en la infancia. Tenemos más conciencia y eso hace que haya más diagnósticos para personas que en el pasado hubiesen sido catalogadas desde extravagantes hasta «intratables».
No, no hay una epidemia de Autismo, hay un mayor conocimiento. El autismo no es algo que aumente por una causa diferente a la de nuestros orígenes comunes. Se encuentra distribuido en los genes de todos nosotros. El autismo no es algo que haya llegado, es una realidad que siempre ha existido. Y gracias a la cual hemos podido sobrevivir y mejorar como especie.