Frecuentemente escucho, respecto de las personas neurodivergentes y, en especial de las autistas, juicios sobre su «madurez». -«Tiene 15 años. ¿Qué hace viendo Pokemón?» Y así, con una serie de gustos y preferencias que deberían haber quedado, en la adolescencia, juventud y adultez, como un recuerdo infantil.
Bien mirado, ¿por qué lo que nos gusta de niños deba dejar de gustarnos en otras etapas? Quizá los mismos dictados sociales que dicen «esto es para niñas, esto es para niños». Una convención social. Dichas convenciones no se cimentan en la lógica y para una mente autista, preparada para procesar en detalles y percibir el mundo en patrones que sistematiza, este tipo de dictados no tiene mayor sentido.
Muchos adultos neurotípicos, en la soledad que sigue al día laboral, coleccionan figuras que celebran la infancia desterrada. Bajo empaques o series supuestamente para adultos, los miran desde la repisa, ceremoniosas e inaccesibles al juego. Juguetes en cajas que esperan un día imposible en la llegada de un nuevo día donde tampoco se hablará de ellos. Gustos que se comparten secretamente con algunos pocos piadosos que compartan o entiendan estas flaquezas de la vida seria.
Ser «maduro» no supone desertar la infancia. Los seres humanos no «maduran», aprenden. Y el saber vivir no debería sepultar los gozos infantiles sino ser un continuo donde lo que no nos sigue acompañando ha sido por decisión y no por vergüenza. Lo que madura tiende, eventualmente, a pudrirse. Lo que se aprende manteniendo la curiosidad y divergencia de la infancia, tiende a la vitalidad y hace del tiempo algo bueno.
Piénselo antes de juzgar la «madurez» de un autista y repase si no hay algo de nostalgia y de envidia en ese juicio. Abra la caja, saque el juguete. Juegue.
Una magnifica reflexión, veo mi nieto de 13 años encantado con un animado que a mi también con 63 años me fascina y juntos compartimos lo que sucede en la serie o el video’juego, nos animamos con los juegos de mesa o jugando a las adivinanzas, abuela y nieto, generaciones distantes y yo tengo la oportunidad de recrear la infancia y enseñar: juegos viejos, juegos nuevos, como escribió José Martí.