Cuando decimos que enseñamos habilidades sociales a las personas autistas, ¿es porque presuponemos que no las tienen?
Tener “habilidades sociales” forma parte de la llamada cognición social, es decir, de los procesos que tienen que ver con el almacenamiento de las claves sociales que operan en nuestro entorno y su actualización en la interpretación y acción en determinados contextos.
Vivimos en un mundo donde siendo los neurotípicos la mayoría, las formas cómo se elaboran, procesan y actúa lo “social” corresponden a grupos dominados por este tipo de mente.
Michael Tomasello en su Natural history of human thinking señala que los primeros humanos tuvieron que ser, progresivamente, más cooperativos ante los cambios con los que debían lidiar y las transformaciones a emprender. Al tener que comunicar con mayor efectividad sus pensamientos y coordinar entre ellos, surge la intencionalidad compartida. El pensamiento humano, entonces, debió adoptar nuevas formas de representar basada en la perspectiva de los otros; hacer inferencias basadas en los deseos y creencias de los demás y monitorear su pensamiento según las necesidades sociales del grupo. Esto nos puede dar pistas sobre la evolución social y cultural de la mayoría, sin embargo, ¿cómo se explica la evolución de los tipos de mente neurodivergentes?
Autores como Thomas Armstrong o Steve Silberman, han señalado que los cerebros neurodivergentes tuvieron otro tipo de papeles específicos. El cerebro autista, por ejemplo, gracias a sus habilidades en pensamiento sistemático y en detalles fue crucial para la domesticación de plantas y frutos y, en general, en momentos que los descubrimientos tecnológicos necesitan más de la habilidad individual que de la colectiva.
Podemos señalar que la mente autista actúa de manera cooperativa cuando se trata de sus intereses profundos, así como su atención conjunta emerge en estos espacios. Coopera, fundamentalmente en la transmisión de saberes y la manifestación de su empatía está íntimamente ligada a ello; es así como define y adopta mejor su perspectiva. Las inferencias tienen que ver más con sentido probabilístico que con uno “común” basado en los saberes sociales del grupo. El monitoreo al propio pensamiento se hace buscando constantes y tratando de hacer predecibles los entornos, buscando, también, mejoras en ellos.
Estas características del pensamiento autista son, en un entorno neurotípico, causa de ansiedad y estrés al no comprender las habilidades sociales… neurotípicas. Enfaticemos ello. Los autistas tienen habilidades sociales autistas. Basta ver a un grupo de ellos trabajar en una tarea común enmarcada en sus intereses para comprender otras formas de intencionalidad cooperativa. No verlo es falta no sólo de imaginación sino de sensibilidad, razones entre otras para la falta de derechos y otros males.
Usemos más las habilidades sociales autistas y cooperemos en la humanización del mundo neurotípico.