En la Odisea, Méntor es el amigo a quien Odiseo (Ulises) encomienda la educación de su hijo Telémaco al partir a la guerra de Troya. De allí que en nuestra lengua, “mentor” no sólo implique la enseñanza de un tema a través de un maestro o profesor, sino amistad y, con ello, una guía.
Temple Grandin, basándose en su experiencia de vida, señala que los autistas necesitan de mentores. Guías que los acompañen en sus vocaciones ligadas a sus intereses profundos. No sólo que les enfaticen en qué son talentosos sino en cómo usar esos talentos en su vida futura, no sólo desde un punto de vista productivo sino desde el bienestar y la realización existencial: llegar a se quien se debe de ser.
Acompañar y guiar sin imponer, sin buscar la normalización. Con amistad.
Justamente, quienes trabajamos con autistas sabemos del valor que le dan a la amistad. «Amigo» no es cualquiera, no es el compañero ni el conocido. Así lo entienden y le otorgan una honda relevancia al vínculo amical. Por ello, al trabajar en acompañamiento con ellos, parte fundamental es cultivar lazos amicales. Si bien la relación mantiene una distancia ética que permite el trabajo, al compartir sus intereses profundos, al empatizar con su procesamiento del mundo y de sus afectos, nos demandarán estar a la altura de aquello que nos comparten. Para confiar radicalmente en nosotros se reclamará un vínculo radical: la amistad.
Quienes trabajamos con personas autistas estamos llamados a dejar el traje de “terapeutas” para nutrir de amistad nuestra labor, sabiendo que nuestro fin no se detiene sólo en ella. Debemos convertirnos en mentores, acompañantes empáticos y respetuosos de cada proceso, de cada tramo y experiencia de vida. Para poder caminar juntos, saber guiar.
Para al irnos, poder quedarnos.