En octubre de 2023, recibí un correo de Mamen Horno, autista, lingüista y autora del éxito de librerías Un cerebro lleno de palabras, hoy mi directora de tesis doctoral y mi amiga.
Aquella comunicación supuso nuestro primer contacto. En ella se mencionaba, además, nuestra coincidencia no solo en neurotipo sino también en nuestras carreras, lo cual prometía probables intereses profundos mutuos, como los meses venideros se encargarían de demostrar.
El motivo del contacto tenía que ver con una reflexión sobre el camuflaje y sus nexos con el ocultamiento consciente de nuestras características y, en consecuencia, con el hecho de mentir para interactuar. Para ella, muchas conductas autistas no expresadas socialmente tenían más que ver con la “buena” educación que con el fingimiento; más con lo aprendido de modo inconsciente que con la conciencia de que debíamos actuar de manera distinta. Esto no excluía, claro, el malestar y el cansancio de la interacción social, ni tampoco las conductas que uno podía reconocer como copiadas de alguien más por ser socialmente más exitosas que las propias. La cuestión esencial era que ella no se sentía necesariamente falsa ni mentirosa cuando interactuaba; podía, sí, sentirse torpe o poco considerada respecto del modelo social-relacional del deber ser.
En un principio, me costó entender lo que Mamen quería transmitirme hasta reparar en el uso dado a la palabra “camuflaje” desde los estudios. Cuando mencionamos, por ejemplo, las tres formas básicas estudiadas por Hull —compensación, asimilación y enmascaramiento—, parece como si asumiéramos una labor consciente y premeditada en su ejecución. Y si bien copiamos algunas formas de actuar de manera vicaria, ensayándolas incluso (me recuerdo en mi infancia, frente al espejo, intentando diversas formas de sonrisa), la mayoría las aprendemos de manera no consciente, tanto por la restricción-penalización del entorno hacia la expresión de nuestras características como por el reforzamiento “positivo” a través de miradas, gestos y actitudes de aprobación cuando realizamos las conductas socialmente esperadas. Al no ser conscientes de estos procesos, ni de su uso efectivo, ni mucho menos de su automatización intuitiva, sobreviene un gran temor ante la posibilidad de fallar sin saber por qué ni cómo. La ansiedad se instala en nuestra interacción con los demás desde muy temprano.
Leyendo y revisando, deteniéndome debidamente en el libro de reciente aparición de mi amiga Bea Sánchez, Pues no se te nota. Camuflaje en autismo, altas capacidades intelectuales y TDAH, descubro una reflexión sobre la crítica de Wenn Lawson a términos como “camuflaje” y a una de sus estrategias, el “enmascaramiento” (masking), proponiendo en su lugar el uso de “Transformación adaptativa” (Adaptive morphing). “Camuflaje” y masking pueden sugerir intencionalidad y propósito cuando, en realidad, se trata de estrategias de afrontamiento para la supervivencia y, por ende, en su mayoría no conscientes.
Justamente, Mamen me proponía, aunque reconocía el esfuerzo como una gesta quijotesca, “mimetizar” en lugar de “camuflar”; “mimetismo” en lugar de “camuflaje”. Reconozco la razón de sus argumentos tanto intelectual como sentimentalmente (no solo porque esta fue la inquietud que nos unió), sino porque tiene sentido para la vida autista. “Camuflaje” proviene, etimológicamente, del francés camoufler, un verbo de uso principalmente militar (tomado de la jerga criminal) que significa “disfrazar” u “ocultar” y remite a las técnicas de ocultación utilizadas por los ejércitos, sobre todo en el campo de batalla. El francés lo recoge del italiano camuffare, contracción de la expresión capo muffare(“embozar la cabeza”), describiendo así una voluntad manifiesta de ocultamiento basado en el engaño. Este era el reparo de Mamen.
“Mimetismo” es un neologismo biológico del siglo XIX, formado a partir del griego μιμητός (mimētós, ‘imitable’) / μιμητής (mimetés, ‘imitador’, en el sentido de quien tiene la capacidad de imitar), y el sufijo -ismo (que designa un estado, condición o proceso). Así, significaría “la condición o proceso de imitar algo”. En biología, describe la habilidad de algunos seres vivos para asemejarse a organismos con los que no guardan relación, con el objetivo de pasar desapercibidos por razones de supervivencia. Aquí subrayamos un proceso, una habilidad que no depende de la conciencia, sino de la adaptación.
En biología, el mimetismo consiste en la imitación de la apariencia de otra especie, mientras que el camuflaje implica copiar la apariencia del entorno o del fondo según la situación.
En el lenguaje cotidiano, “mimetismo” y “camuflaje” suelen usarse como sinónimos intercambiables, y esta equivalencia parece haberse replicado en los estudios sobre el comportamiento social. En psicología, en particular, el término “camuflaje” ha terminado imponiéndose ampliamente. Sin embargo, al perderse la distinción que existe en biología y sin el debido cuidado en subrayar su carácter no consciente, se da a entender —o se deja implícito— que se trata de un aprendizaje consciente y voluntario, en lugar de uno parcialmente vicario (a través de la observación, retención, repetición y motivación) y mayormente condicionado al modo clásico (un tipo de aprendizaje asociativo de tipo estímulo-respuesta). Esto conlleva el riesgo de enfatizar el fenómeno como algo individual y voluntario —y, por lo tanto, superable— en lugar de resaltar las fuerzas sociales que desencadenan esta respuesta de supervivencia y que seguirán oponiéndose a la liberación tanto antes como después de saberse autista. Tanto en las tinieblas del ser como en la (neuro)afirmación de uno mismo.
El libro de Bea Sánchez marca un punto de inflexión hacia nuevos significados y sentidos, hacia la búsqueda de la descripción, pero sobre todo hacia una libertad posible para el ser neurodivergente. Es un orgullo que sea desde nuestra lengua.
Entonces, Mamen, esta es una batalla que vale la pena librar. Sean molinos o sean gigantes, te sigo. En esta y en las que vengan.
