La «visión angélica» («angelitos de dios», «angelitos azules») respecto de las personas autistas es una de las ideas que con más necesidad debemos combatir. Fruto de una amasijo de religiosidad mal entendida, predestinación, duelos poco elaborados y capacitismo, los alejan de sus derechos, necesidades, apoyos y deseos que deberían ser escuchados y otorgados. Y menoscaban profundamente su dignidad.
Decir que un autista es un «ángel» implica despojarlo de su humanidad, minimizarlo bajo el matiz de darle un estatus inmaculado, hacerlo un infante perpetuo («angelito»). Esta denominación se da, sobre todo, para los autistas no hablantes e implica que sus necesidades no son de este mundo, que fue puesto aquí como «prueba» para sus padres o cuidadores, viviendo una eterna inocencia, pasivo al entorno. Nada más lejos de lo real. Es una persona «extraña» al mundo neurotípico, con profundas necesidades humanas. Y que deben ser satisfechas.
Como señala el activista autista Jim Sinclair:
“Este no es mi hijo que esperaba y por el cual planeaba. Este es un niño extranjero quien llegó a mi vida por accidente. No sé quién sea este niño o que será de él. Pero sé que es un niño, atrapado en un mundo extranjero, sin padres de su propio tipo que lo cuiden. Necesita alguien que lo cuide, que le enseñe, que interprete y que lo defienda. Y dado que este niño extranjero cayó en mi vida, el trabajo es mío si lo quiero”.
Jim Sinclair, Don’t mum for us (No sufran por nosotros).
Saber a alguien extraño a nuestra cultura implica enseñarle mecanismos de comunicación y costumbres necesarias para interactuar. Supone, también, respetar sus usos de origen. Es compartir un «nosotros». Nada de ello ocurre cuando lo desnaturalizamos. Los ángeles son seres sin aspiraciones, deseos, eternamente asexuados.
Justamente, en el tema de su sexualidad, sobre todo si la persona autista no es hablante, la visión angélica excusa pensar sobre sus deseos sexuales, sobre su orientación sexual, sobre su identidad de género. Se echa, así, un tabú que inhibe a la sociedad neurotípica de considerar la sexualidad neurodivergente. Toda expresión sexual es acallada y cuando se manifiesta es vista como algo desviado que hay que reprimir, como a un ángel pecaminoso, como a uno caído cuyo cuerpo hay que controlar porque lo consideramos incapaz de todo goce.
Este tipo de discursos niegan las sombras en las personas autistas, complejas y profundas como toda condición humana. Negarlas significa anular la posibilidad de cambio y evolución. A tal punto uno concibe un «ángel» que termina acusándolo como «demonio» cuando estas expectativas irreales son irremediablemente traicionadas. Ver a los seres en su justa dimensión es reconocer dignidad, respeto, lejos de mitos, en su historia propia y única.
Más claro no puede estar!!! 🙌🏽
Aplicable a todo ser humano. Por tanto, una gran verdad.
Excelente posteo… Debemos validar todas las dimensiones humanas que tenemos los y las autistas…