Cuando digo, decimos, “me acuerdo”: ¿qué recordamos? Extraña pregunta y, sin embargo, relevante para desestimar toda arqueología del pasado. Uno nunca extrae una verdad histórica como se recupera, excavando capa tras capa, un cántaro, una ruina, sepultados por el paso del tiempo, la tierra, cimientos diversos. No, nuestra memoria está hecha menos de estratos que de una red de espirales entrelazadas. Del centro a la periferia, repasando y resignificando cada tramo, alejándose cada vez más del punto inicial.
Recordamos lo que podemos recordar, deformado por la mirada en el tiempo, por el conocimiento, por encima de los vacíos, contra el olvido. Recordamos aquello que podemos narrar.
Toda narración parte de un interés básico, de una evaluación pertinente: ¿para qué cuento esto? De la respuesta dependerá el cómo. Una verdad narrativa distinta en cada tramo de la vida y no por ello menos verdadera. No es “la” verdad objetiva, sino “mi” verdad, irremplazable y diferente a cualquier trozo exacto del pasado. Mi verdad necesaria, aquella que puedo descorrer, soportar, habitar.
Un adulto de diagnóstico tardío, de identidad renovada, recuerda de manera distinta al rememorar ordinario. Toda evocación irrumpe en el presente bajo la pista de un sentido novedoso e inaugural de lo remoto. Una vista donde se atreve, desnuda, una luz de conocimiento renovado.
“Soy y siempre fui autista” descubre para volver sobre las espirales, para rescatar en cada recoveco los distintos yos. Escondidos tras diferentes motivos, desordenados, entre retazos de antifaz y colgajos de rostros distintos .
“Déjame que te mire”, susurras ante ese niño asustado, ante ti, tan pequeño, lavándole, lavándote, el rostro embadurnado de vergüenza de ser… “Nunca más te ocultes, eres autista y he venido a buscarte. Eres hermoso, lo logramos”.
Por supuesto, no se trata de un rescate único, sino de muchos en cada recorrido espiral. Lo importante ahora es cómo recuerdo. Varios yos: niño, adolescente, adulto… cada uno podrá unirse al presente si puedo contar su historia.
“Me acuerdo…” No ya la culpa silente, la vergüenza y el estigma. No, ahora pueden situarse y repartirse debidamente las responsabilidades.
“Me acuerdo, tenía 6 años y nadie era amable conmigo. Algo terrible debía de haber en mí, por eso buscaba un espacio solo, lejos, donde balancearme, ajeno a las burlas, a los juegos. Era un bello niño con unas enormes y traicionadas ganas de amistad. Era, decían, silencioso, mimado, huidizo”.
¿Fue así? Es así en esta historia. La exactitud de los hechos sería quizá menos piadosa. El relato en el que puedo descubrirme y alumbrarme me rescata sin justificar los abusos, el temor, la injusticia, la vida atormentada como parte de un destino inescrutable e insalvable, cifrado en las faltas de mi diferencia.
“Monstrum” en latín significaba una señal de los dioses que “mostraba” algo que, por sus características, llamaba al temor, al rechazo. Una advertencia, un presagio maligno.
“Me acuerdo…” y puedo dejar de ser el “monstruo”. Hoy, “me acuerdo y lo sé: yo soy otro”.
Puedo verme compasivamente y librarme. Tal vez pueda, con el tiempo, otorgar alguna forma de perdón. No el olvido. Muchos los confunden. La compasión me coloca más allá de los victimarios, desde un plano moral y espiritual donde ya no pueden alcanzarme.
El perdón es otro asunto, una resolución que puede acontecer o no en el juicio espiral de la memoria. ¿Cómo olvidar, con o sin rencor, los diversos caminos por los que he llegado a ser, también, quien soy?
“Me acuerdo, mejor dicho, no recuerdo jugar con otros en los patios de recreo durante primaria. Me veo caminando, observando, trepando en una pirámide de neumáticos en la parte trasera de la cancha de fútbol. Subiendo, bajando y vuelta a subir. Sé que nunca me elegían para los equipos de deportes. En casa no eran diferentes las cosas: tenía dos padres con sus propios fracasos a cuestas y casi no sabían más. Tampoco cómo ayudarme a no ser ni estar solo. Ahora lo sé: todo lo que me alejaba era, al mismo tiempo, lo mejor de mí”.
En este sentimiento, en este hallazgo, no puedo estar ya solo. Tengo por delante una vida para encontrarme y rescatarme, para volver a contar… mientras atravieso mi historia y el presente.