¿Podríamos concebir a alguien estrictamente “normal” tal como lo estipula el ideal de nuestra sociedad?
Se define como «neurotípico» a lo «neurológicamente típico», es decir, a aquellos cuyo tipo neurológico (neurotipo) corresponde a la «norma» en tanto mayoría. Así, una persona «neurotípica» será una persona «normal».
Sin embargo, lo neurotípico también es un ideal «aspiracional». Se desea serlo porque otorga determinados privilegios a quienes son considerados así socialmente. Muchos se fuerzan a actuar con «normalidad» ante el riesgo de despertar miradas de desconfianza y desaprobación. El mayor privilegio de la membresía neurotípica es la aceptación del grupo. Con ello, el acceso a los espacios culturales cotidianos estará garantizado, así como sus instituciones, salud, educación, empleo, etc. Por supuesto, no todos los neurotípicos tienen el mismo privilegio: raza, estatus, clase social, género, etc., son las variables con las que se excluyen entre sí. Variables que se alzan con mayor crueldad cuando no eres considerado «normal».
Lo neurotípico se conforma como una cultura, con sus modos, códigos, vestimentas, usos del lenguaje, formas de cortesía, etc. Quien aspire a serlo deberá observarlas, incluso si en su fuero interno generan disonancia con la expresión propia. La «locura», en todo caso, ha de ser privada.
Lo neurotípico es aspiracional como aspiracionales son los cuerpos «modélicos» de portada. Cuerpos que no son normales ni naturales pero que encarnan un ideal social de aceptación y de éxito. Mientras más se acerque uno a ellos, recibirá mayores oportunidades de bienvenida al orden social; mientras más se aleje, rechazo y exclusión.
La cultura del «fitness» instala cuerpos que no son naturales en la medida en que se debe subvertir la alimentación (dieta) y la actividad física para obtenerlos, sin considerar la constitución ni necesidades de cada quien. No son normales en la medida en que no corresponden al tipo corporal mayoritario, aunque la mayoría, en una suerte de pacto tácito, intentará pensar que sí. Mientras más se acerquen, más reforzarán entre ellos esta ilusión. Y parte de este refuerzo, de afirmarse en este ideal, será excluir a quien se aleje, colocado al margen, sancionado en su fracaso para afirmar mi pertenencia.
De modo similar, pocos estarán dispuestos a declarar que no son «normales», que no son «neurotípicos». Así como se entregan a dietas, suplementos, ejercicios, regímenes, prohibiciones, que ocasionan ansiedad, angustia y frustración de alejarse de la expectativa corporal, así se ensayarán formas en las que me presente a los demás como alguien que comparte gustos, costumbres, juicios y prejuicios, simpatías y fobias, deseos y desprecios «normales». Así, se irán agrupando por parecidos, mientras más crean que se acercan a lo esperado, a la ilusión de la norma. Y para ello es preciso expulsar lo distinto, ponerlo al margen para afirmar que nada tengo que ver con aquel divergente, aunque, acaso, se tenga demasiado en común.
Lo neurotípico no es un funcionamiento neurocognitivo «natural» en la medida en que está fuertemente influenciado por los valores culturales y sociales de un tiempo determinado. Por ello que lo «normal» varía de una cultura a otra, en cada época. Lo neurotípico no obedece a una ley natural sino a la contingencia de las aspiraciones de un momento de la historia. Lo natural es la infinita variación de cerebros y mentes, con sus virtudes, limitaciones y, sobre todo, posibilidades.
Nuestra época neurotípica actual celebra la competencia y el éxito, los cuales son medidos en la productividad, en los logros del hacer, en la carrera individualista cuya meta no es clara salvo en el propio afán de conseguir vanos poderes y efímeras glorias. Una vida que no detiene su actividad, que no se detiene a contemplar y gustar, es una de desgaste y autoexplotación en pos del dictado de la norma: el cuerpo, la mente, el trabajo, las posesiones, perfectos. Conseguir todo ello excluye el detenimiento, el bienestar, la trascendencia, la vida en comunidad, la felicidad, la posibilidad de tiempo para una historia que pueda narrar y habitar. Nadie que se entregue a ello puede decir que vive sino sobrevive, sin que en este punto el tener sea relevante.
Tanto Byung Chul-Han como Barbara Ehrenreich señalan la paradoja actual de un tiempo donde se desea vivir más sin saber realmente para qué. Mientras se excluya la posibilidad de detenerse a contemplar el instante, una vida más larga donde tampoco pueda hacerse no tiene mayor sentido.
Las diversas características de cada neurotipo no solo nos muestran dimensiones distintas de nuestra humanidad sino que nos pueden enseñar otras facetas del vivir. En el autismo, sus capacidades de hiperfoco, procesamiento en detalles, búsqueda de patrones, profundizar en una actividad a la vez, privilegian la contemplación, el detenerse en intereses personales que pueden no ser «útiles» para algo «productivo» pero sí para una dimensión de gozo y contemplación.
Los rituales autistas, sus ordenadas formas de hacer las cosas de un modo predecible, bajo un orden constante, nos recuerdan que el rito nos permite apropiarnos del tiempo, nos permite habitarlo liberándonos del azar. Quien tenga rituales diarios sabe que estos momentos lo esperan, que puedo confiar que están allí, de la misma manera en que las cosas permanecen en el espacio, como nuestra casa que podemos saber dónde se encuentra.
La contemplación de aquello que nos nutre espiritualmente, el privilegio del ritual que hace morada en el tiempo, son dos formas culturales propias del autismo que todos deberíamos aprender y aplicar en nuestros actos diarios. La cultura neurotípica se beneficiaría de la posibilidad de vivir intensamente el presente en vez de intentar alargar una vida que será irremediablemente desperdiciada y traicionada en pos de la productividad, de un éxito engañoso. Vivir intensamente el presente al saber que puedo contar con su constancia porque el ritual ha dominado la extrañeza del tiempo.
No podemos volvernos autistas por nuestra voluntad, pero podemos aprender de ellos, de sus formas de vida, formas para recuperar una humanidad que el ideal neurotípico ha descuidado. Para construir en el tiempo una vida cuya duración sea propia y sea buena.