Cuando se dice que los autistas son «ingenuos» usualmente se alude a sus dificultades para detectar la mentira y el engaño. Aquí, «ingenuidad» es un juicio de valor dado por el mundo neurotípico a una forma del funcionamiento de la mente autista.
En el autismo el procesamiento es, esencialmente, monotrópico, es decir, se hiperfoca en un tema y sólo puede procesar uno a la vez. Esto tiene su origen en las primeras interacciones.
En el desarrollo neurotípico la llamada «atención conjunta» emerge hacia los 9 meses de edad. Esta es la capacidad de poder atender al mismo tiempo a un objeto y a la persona con la que se interactúa.
En el autismo el privilegio de la atención a los detalles y a la búsqueda de patrones hace que se atienda a un objeto o a la persona pero no a ambos al mismo tiempo, un canal a la vez. Podemos decir, incluso, que prestar atención de modo socialmente típico impide el correcto desempeño de aquello para lo que su mente está preparada.
El procesar un tema a la vez, el no acceder a un tipo de atención multitarea como en los neurotípicos, hace que también se privilegie el no ir más allá de la información primaria que se les da. Esto se conoce, también, como la tendencia a la «literalidad». Los contenidos metafóricos, el buscar un sentido alterno a aquel que ha sido comprendido, no son buscados de modo intuitivo en el autista. Así, interpretar un mensaje de contenido engañoso será sumamente difícil si la persona no ha recibido un aprendizaje previo.
En los neurotípicos, el desarrollo de la atención conjunta permite que puedan decodificar las intenciones de los demás. Atendiendo, por ejemplo, al uso de una herramienta y al mismo tiempo a las acciones de quien la utiliza, aprenden a interpretar por qué lo hacen de esa forma, qué intención tienen al hacerlo. Por extensión, la conducta de los demás será interpretada siempre en base a lo que «quizá» «crean», «deseen», «piensen», etc.
Por ejemplo, alguien que levanta una caja y mira el espacio que ha quedado vacío será interpretado como la búsqueda de algo, esa se supondrá es su intención.
Para muchas personas autistas es no es evidente de esta manera. El privilegiar la atención en el objeto o la persona, el procesar un tema a la vez, hará que procesen la acción tal como esta sucediendo: una persona levanta una caja pero no necesariamente interesa el para qué.
Al igual que en la comprensión de un enunciado, no se preguntarán (salvo que exista un aprendizaje al respecto) qué otra intención tiene la conducta del otro más allá de la que aparentemente se observa.
Lo que se define como «ingenuidad» tiene que ver con la dificultad para decodificar la mentira y el engaño en las palabras y las acciones, para acceder a significados o intenciones ocultas a lo que aparece inicialmente.
En filosofía el llamado «principio de caridad» señala que debemos interpretar como racional y, en general, como verdadero el discurso del otro. Los autistas parecen regirse por este principio de modo natural, al no encontrar un motivo para no creer en aquello que es dicho o ir más allá de lo que es visto. Sin embargo, la supervivencia en el mundo neurotípico está determinada por aprender a desconfiar.
No deja de ser llamativo que para poder vivir de modo seguro uno tenga que aprender los mecanismos del engaño y de la mentira. Que se tenga que estar en guardia analizando en el actuar del otro la (mala) intención. En un mundo tal, será visto como problemático e «ingenuo» el hablar franco y el creer en la palabra, en su veracidad, del otro. No se trata de romantizar el autismo pero no es difícil apreciar, en todo esto, dónde está la virtud. Dónde estaría el progreso como sociedad.