La palabra “inclusión” significa: “poner algo dentro de otra cosa o dentro de sus límites.” Etimológicamente equivale a “clausura”, del latín «claudere» equivalente a “cerrar”. In-claudere es “encerrar”, igual al significado actual: colocar algo dentro de límites que le son ajenos.
«El gran encierro» es el título del segundo capítulo de «Historia de la locura en la época clásica» de Michel Foucault. Cuando la lepra fue controlada en Europa, a fines de la Edad Media, los leprosorios, lugares de exclusión, quedan vacíos como también la necesidad humana de encontrar un grupo donde depositar sus miedos, que al encerrarlos sienta que puede mantenerlos lejos, contemplarlos, controlarlos.
A la larga, esto trajo el nacimiento de lugares de confinamiento para la locura, el manicomio. Hoy casi ya no encerramos al neurodivergente, tendemos a «incluirlo».
La sociedad neuronormativa no es afecta a convivir con quien percibe diferente. Una sociedad que tiene como objetivo «normalizar» va a intentar, en principio, convertir-reconvertir, dentro de los límites de su medición, a quien es percibido como atípico. Si lo logra le serán otorgados los privilegios reservados a la normalidad; si se falla porque el sujeto se opone, será excluido; si el resultado no es del todo claro pero el sujeto no es peligroso al orden, será incluido.
Es así como será admitido en entornos educativos, laborales, etc., pero a través de un muro, una cinta invisible que señale que está solo contenido, que no es igual -semejante- a quienes habitan dicho continente. ¿Qué es sino la cuota de inclusión? ¿Cómo puedo «incluir» a alguien que habita a mi lado, a quien ya está allí?
Si hablamos de inclusión es porque existe marginalización. En el caso del autismo esta se da en virtud a su diferencia, aquello que no es asimilable tiende a quedar fuera del espacio de lo conocido, de lo idéntico. La convivencia supondría desdibujar los límites de lo que creemos típicamente humano para poder ocupar cada situación con equidad, otorgando lo que cada uno requiere para su bienestar.
Incluir no termina con la marginalización, hace ingresar ficticiamente en el seno de la comunidad según criterios que terminan estigmatizando la diferencia en lugar integrarla plenamente en lo que humanamente nos une. Si alguien es parte de una cuota es porque no tiene pleno derecho, porque no es un ciudadano reconocido como tal.
El «gran encierro», hoy, se viste de humanidad, de derecho. Subrayando que unos son más humanos que otros; que la igualdad sin considerar las características de cada uno ahonda, más bien y paradójicamente, la desigualdad. Requerimos de equidad y convivencia, no de inclusión. Abramos los muros de nuestros propios muros.