Cuando hablamos de “respetar la neurodiversidad”, ¿qué tanta atención le damos al respeto hacia la “diversidad” en general? ¿Se puede aceptar defender aquélla sin reconocer ésta?
Hace 6 años, cuando redacté este artículo por primera vez, las noticias hablaban de la violenta represión a una joven negra, de catorce años, por un policía blanco en Texas. Mientras esto ocurría, un chico autista era golpeado en alguna escuela por sus compañeros, una mujer era asesinada por su pareja, muchos torturados o muertos por ser diferentes Hoy, lamentablemente, las noticias no difieren. ¿Qué tienen en común todos estos hechos? El poder que se ejerce sobre el otro cuando se desconecta la empatía y podemos usarlo como objeto.
La acromatopsia describe un tipo de lesión cerebral donde se pierde la capacidad para decodificar colores. El sujeto, entonces, reconoce el mundo en escalas de blanco, negro y grises. El color no existen en el mundo: existe en nuestro cerebro-mente. De manera radical: el mundo está en nuestra mente. Los prejuicios y estereotipos también.
Mucho de “ceguera mental” hay, pues, al defender la causa de los derechos autistas y avalar, por ejemplo, el racismo. Mucho de escandaloso cuando nos indignamos por el niño autista que no puede entrar una escuela pero se tolera, en foros públicos o privados, la golpiza a una persona trans. Una desconexión no aleatoria de nuestra empatía. Un ver a los neurodivergentes, por ejemplo, como decíamos en otro artículo, como si fuesen ángeles asexuados. ¿Qué opción, para elegir, dejamos en el terreno de la sexualidad a los autistas, por ejemplo?
El Dr. Wenn Lawson, es un hombre trans autista y una de las más prominentes estudiosos sobre autismo. En su libro “Sex, sexuality and the Autism Spectrum”, señala: “(…) ser una persona del espectro autista, siendo monotrópico, significa pertenecer a un grupo minoritario. Ser autista y homosexual nos marginaliza aún más. ¿Tiene que ser un problema? No, pero nos presenta dificultades adicionales que requieren cierta atención. Por ejemplo, si eres mujer, autista y homosexual, tus oportunidades de encontrar a alguien con quien compartir tu vida serán más reducidas que si fueses hombre, autista y homosexual (…) es importante comprender que somos diferentes, y esto es también cierto en cuanto a nuestras experiencias; incluso si tenemos las mismas etiquetas diagnósticas y la misma orientación sexual, nuestras jornadas son diferentes. Comparto esto contigo con la esperanza de que pueda ayudarte. Aceptar mi autismo y mi homosexualidad son dos decisiones que me alegro de haber hecho.”
No se trata, evidentemente, de competir en quién es el más discriminado o para quién la vida es más difícil. Ninguna vida es necesariamente fácil pero ninguna debería serlo más de lo que exige la propia condición humana. Cuando abogamos por los derechos y libertades de los autistas todo parece acabar cuando invocamos su albedrío. Cuando se trata de que escojan por ellos y desde ellos, aparecerán una serie de discursos normalizadores cuando no los del tabú.
¿Cuántos aceptarían como aconsejables los libros de sexualidad del Dr. Lawson para que sean leídos por jóvenes autistas?
¿Cuántos de los que defienden el concepto de neurodiversidad podrán darse cuenta de que todas las luchas por las libertades son, en esencia, la misma? Justamente, el ser conscientes del porqué defendemos los derechos naturales y civiles de los autistas debería colocarnos por encima de todo prejuicio, de toda desconfianza hacia lo diverso. Y así como aceptamos que en el autismo hay una identidad que se construye en el sujeto y una aceptación necesaria por los padres, así con las otras identidades que se suman a la personalidad del individuo. Imaginemos, entonces, un joven autista, afro y homosexual y pensemos qué vida posiblemente tendrá y cuál quisiéramos que tenga. Y, así, con Camus, saber que cada vez que se encadena a un hombre en el mundo todos los encadenados a él. El logro de nuestra humanidad debería ser reconocer los grilletes de nuestra diferencia y cada llave que los haga caer.