En un video reciente, Bea Sánchez reflexiona, a través de la literatura reciente y de su propio trabajo, sobre la realidad de “lo neurotípico” y la “neurotipicidad”.

¿Existen los neurotípicos? Es una pregunta que puede desprenderse de la lectura de la autora autista Nick Walker. Esta interrogante se plantea ocasionalmente en clase. Una alumna me respondió asombrada alguna vez: «Por supuesto, están allí, puedo verlos y ver sus efectos en mí».

El discurso sobre la neurodiversidad cala y se difunde cada vez más en la cotidianeidad. Esto supone un avance desde la concientización necesaria para trascender el modelo médico (paradigma de la patología). No obstante, el riesgo de una popularización donde prime la forma sobre el fondo es palpable. Ejemplo de ello es el uso de “neurodiverso” para referirse a quienes no son “neurotípicos”. “Neurodiversidad” engloba el conjunto de las variaciones cerebro-mente humanas, incluidas las asimilables a la neurotipicidad. “Neurodivergente” designa al conjunto de los no neurotípicos. Decir “mis alumnos neurodiversos” no quiere decir nada distinto a “todos mis alumnos”. “Mis alumnos neurodivergentes” sí alude al subconjunto atípico.

Existen, entonces, precisiones metodológicas y conceptuales sobre las cuales volver. Esto pasa con lo “neurotípico”.

La “neurotipicidad” se asocia con la “normalidad”. Etimológicamente, “norma” en latín corresponde a un tipo de escuadra utilizada en tareas de carpintería y de construcción. Tenemos un origen adscrito a la medición, los límites, lo modelable, lo fabricable. “Normalidad” en estadística significa una distribución de probabilidad determinada en torno a una “media” (el valor promedio) coincidente con la “mediana” (el valor medio de un conjunto de datos ordenados de mayor a menor). Describe en una gráfica la famosa campana de Gauss, donde solemos encontrar los valores deseables sobre cómo deben ser las estaciones, el clima, etc., pero también la vida: nuestros cuerpos y nuestras mentes.

Robert Chapman nos recuerda que fue Adolphe Quetêlet quien inventó la “normalidad” tal como la conocemos hoy. En su obra “El hombre promedio” (1835), expone un nuevo ideal de perfección. Estudiando los registros de los soldados escoceses, determinó, a través del peso y de la talla, cuál sería el promedio, el prototipo del escocés típico. Esta idea podría trasladarse a la tipicidad de otros grupos nacionales. El IMC (índice de masa corporal), por ejemplo, es un invento de Quetêlet. De él surge este ideal tan lamentablemente actual: “Si el hombre promedio puede ser completamente determinado, podríamos considerarlo como el tipo de perfección; y todo lo que difiera de su proporción o condición constituiría una monstruosidad”.

¿Qué significa tener un cuerpo promedio? ¿Alguien podría seguir considerando el IMC como una medida de validez científica? Sin embargo, vemos cómo estas ideas de lo “normal”, como las viejas escuadras, pretenden construir realidades. Mundos aparentes tomados como verdades por las cuales muchos cuerpos se inmolan y destruyen. Dictados posibles desde el modelo de partida: la revolución industrial y su pasión por las máquinas, exportando el funcionalismo y la productividad al ser humano. Disfrazadas por el consumo y la explotación de la libertad en el capitalismo y neoliberalismo actuales.

Un cuerpo “capacitado”, si algo así es posible, es una vana ilusión transitoria, de apenas unos años, a riesgo de perder, seguramente, la salud de muchos otros. “¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece” (Ecl. 3-4). La vanidad de vanidades vuelta virtud e ideal.

Un tipo de cerebro-mente “normal” es también una ficción socialmente construida en beneficio de un sistema político y económico. Un cerebro-mente es “normal” ¿para qué? ¿Para desempeñar una labor o función? Destinado esencialmente para la producción, el trabajo enajenado, la autoexplotación, la vida inacabablemente activa, no puede ser sino una excusa para un beneficio o provecho ajeno.

Desde el paradigma de la neurodiversidad constatamos, como en la biodiversidad de especies, una amplia diversidad de cerebros-mentes. Ninguna mejor que otra, todas valiosas. Esas diversidades se agrupan por semejanzas y características, por “aires de familia” de las cuales el autismo es un subconjunto, un neurotipo. Pero ¿lo neurotípico? ¿Existe un tipo de mente neurológicamente típica, promedio, normal? Ciertamente no. No si por “normal” o “típico” definimos una estructura preestablecida preferible o mejor cerebralmente hablando. Pero los neurotípicos existen en tanto tienen un cerebro que puede ajustarse mayoritariamente al ideal de “normalidad”, a la neuronormatividad. Es un cerebro típico porque puede funcionar bajo los dictados de sistemas de control basados en la homogeneización, en el culto a lo idéntico. Destinado a una mayoría en tanto garantiza el status quo.

Lo neurotípico, más que un neurotipo (un tipo de cerebro), es una aspiración. Como todo ideal social del cual depende la pertenencia al grupo, la aceptación, el privilegio, es algo deseado. Son neurotípicos quienes pueden encajar en los dictados de la neuronormatividad. Serán neurotípicos los neurodivergentes condenados a enmascarar sus características ante el terror de la marginalización y el ostracismo. Son neurotípicos los que pueden serlo.

La liberación de muchos neurodivergentes depende no sólo de abandonar el armario neurotípico, requiere la superación del sistema que lo promueve, posibilita y necesita. La neurodiversidad, recordemos, es un hecho, un paradigma y un movimiento. Es discurso, ética y política. Por ello denuncia las estructuras de un mundo centrado más en el capital que en quien lo produce o en quien no puede hacerlo; más en el consumo que en el cultivo de la creatividad; en el trabajo insano que en la contemplación; en el hacer que en el ser. La superación de este sistema sería la liberación también para los neurotípicos. Despojados de un modo, una orden de pensamiento y comportamiento, descubrirán acaso sus propias neurodivergencias.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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