Una de las principales dificultades para brindar apoyos adecuados en salud mental se da al no poder representarnos los impedimentos y discapacidades ocasionados por el sufrimiento psíquico. Cuando hablamos del dolor en general, como ya anotaba Wittgenstein, no apuntamos hacia un dato objetivo demostrable como un hecho fáctico, sino íntimo y subjetivo.
Si digo: “tengo un libro”, puedo mostrarte ese libro; si afirmo: “tengo un dolor de muelas”, no puedo extenderlo hacia ti. Sin embargo, podemos reconocer elementos externos que nos permiten hacer propia la experiencia del dolor ajeno y reconocernos en él, a través de la propia. A este acontecimiento se le denomina “compasión”, etimológicamente “sufrir juntos”.
Se da, así, un fenómeno intersubjetivo. Puedo no solo imaginar sino llegar a sentir lo ajeno, aunque no pueda experimentarlo de la misma forma.
La empatía y la mirada compasiva son bienes opacados ante lo difuso a nuestros sentidos, lo que no es comunicable. Si veo a alguien que ha perdido una pierna, esa falta es un dato objetivo. Es un hecho su impedimento en un mundo adecuado para poseer dos piernas. Es, por ello, necesario brindarle una tecnología que, sin desaparecer el impedimento, reduzca las posibles situaciones de discapacidad. Objetivamente, una silla de ruedas es una solución razonable.
¿Qué ocurre cuando el impedimento no es evidente externamente? Tomemos, como ejemplo, la depresión. Quien manifiesta un episodio depresivo, no necesariamente lo exterioriza. Dependerá de su habilidad (y posibilidad) comunicativa hacerlo comprensible a los demás. La comprensión, la posibilidad empática, será probable si puedo representarme su sufrimiento. ¿Cómo compadecerme genuinamente hacia algo que no he sufrido?
Una depresión genera numerosos impedimentos en una sociedad donde la mayoría no la presenta. Estos pueden aparecer objetivamente en el deterioro de la persona, pero el núcleo, el trasfondo, no será observable y se requerirá de una fineza y agudeza empática muy especial para comprenderlo.
Dichos impedimentos discapacitan, pero, a diferencia de los observables (la falta de una pierna, por ejemplo), el camino para brindar apoyos y soluciones está lejos de ser claro. Puedo modificar positivamente todo el entorno y aún así seguirá deprimido.
Nuestra sociedad pretende el sufrimiento psíquico como una falta de quien lo padece, un defecto de la propia voluntad. Así, las diversas temáticas del “pensamiento positivo” (del coaching e incluso de la “psicología positiva”) postularán la primacía de la actitud, del “visualizarse” estando bien para lograrlo (“querer es poder”), donde el fracaso del bienestar mental es culpa de la negatividad admitida en la mente. Una suerte de pecado contra la positividad.
Vemos el mandato de estar bien formulado como si no existiese un contexto, una historia, causas externas detrás, minimizando e invalidando el sufrimiento como excusas para rehuir la felicidad.
Nadie (con niveles esperables de empatía) propondría a quien ha perdido una pierna: “no seas negativo, intenta andar con una, puedes ser todo lo que te propongas” y negarle una silla de ruedas. Y sin embargo, son los cuerpos y experiencias de los discapacitados físicos los propuestos como ejemplos inspiradores para quienes se “quejan” de malestar psíquico. “Él no tiene brazos y pinta acuarelas, logra sus sueños, ¿de qué te lamentas? Aprende de él”. Es el llamado “porno inspiracional”, la cosificación del cuerpo de los discapacitados físicamente para beneficio de quienes no lo son, tal como definió Stella Young.
Si esto ocurre ante la salud mental de neurotípicos, ¿qué ha de esperarse cuando se trata de autistas?
Sabemos que el autismo, lejos de las pretensiones del modelo de la patología, no es una enfermedad mental ni un trastorno, sino una condición de vida asociada a un neurodesarrollo atípico que se expresa en formas distintas de ser y de estar en el mundo, cognitiva, afectiva y sensorialmente. ¿Cómo puede entender un neurotípico estas dimensiones que procesan el mundo de modo particularmente distinto al suyo?
Damian Milton, sociólogo autista, en su teoría sobre el «dilema de la doble empatía», señala que las formas de procesar el mundo, los contextos sociales, en el autista y en el no autista son diferentes; luego, la manera de comprender al otro será problemática para ambos. Resolver el dilema de la doble empatía supondría crear puentes de comprensión y de validación de ambas experiencias humanas que puedan manifestarse en formas de empatía y de compasión mutuas.
Incluso trascendiendo este dilema, ¿cómo aproximarse a los apoyos que requieren los autistas para una salud mental apropiada? En un artículo aparecido este mes, el investigador en autismo Meng-Chuan Lai señala las siguientes como las principales condiciones prevalentes en el autismo: ansiedad; depresión; trastornos del sueño; episodios psicóticos; trastornos de la alimentación; trauma y trastornos asociados al estrés; conducta de riesgo suicida; abuso de sustancias; catatonia; formas de colapso autista (burnout, shutdown, inercia, meltdown).
Las causas de ello son: 1) el contexto social; 2) experiencias adversas de vida; 3) cognitivas; 4) coocurrencias genéticas.
Un modelo bio-psico-social basado en un enfoque informado en neurodivergencia, la afirmación de las características cognitivas, afectivas y sensoriales del autismo en un marco de respeto y convivencia, una comprensión social-relacional de la discapacidad, son algunas de las condiciones necesarias para la prevención de problemas en salud mental de la población autista.
La implementación de estas consideraciones favorecería a todos, neurodivergentes y neurotípicos. Nuevamente, pensar en una sociedad respetuosa y accesible para los autistas garantizaría el bienestar general. Se requiere mirar la experiencia del otro, la dicha y el sufrimiento, como datos propios, desde nuestra vivencia particular de la alegría y del dolor. Desechando toda trampa de voluntarismo y pensamiento positivo, podremos crear y realizar formas de cuidado que nos permitan una salud mental indispensable para amar la vida y para partir sin condenas.