En la tragedia de Sófocles, Antígona decide enterrar a su hermano Polinices pese a la prohibición de Creonte, quien lo había declarado traidor. Para los griegos, el alma de un cuerpo insepulto estaba condenada a vagar por la tierra sin poder llegar al Hades. La ley humana no podía estar por encima de las leyes divinas que mandaban el entierro. Antígona se convierte, así, en uno de los símbolos de la antigua reflexión sobre el derecho natural. Este postula una ética basada en la existencia de una serie de derechos propios de la condición humana, preexistentes a las leyes escritas o las costumbres (la moral) y accesibles al ser humano a través de la reflexión y la razón.

La Verdad (con mayúscula) es un relato, una narración, un mito. No en un sentido despectivo. Los mitos tenían el acierto de explicar el mundo, sus relaciones, sus verdades particulares. El derecho natural no es menos una historia que convenimos en creer porque nos es razonable. En este orden de ideas, el teólogo y jurista Johannes Messner señaló: “el derecho natural es orden de la existencia”. La Declaración Universal de los Derechos Humanos se basa en el derecho natural y su fuerza como Verdad emerge del ordenamiento para la vida social prometido.

Desgraciadamente, vivimos en una época posterior a la búsqueda de verdades narrativas. La postmodernidad y la declaratoria de muerte a todo gran relato han erosionado la búsqueda de verdades éticas en pro de variadas creencias y de morales particulares; datos y cifras por encima de la narración continente de sociedades y contenido para sus miembros; de historias de 24 horas por Instagram por encima de la Historia y de nuestro lugar y papel en ella. Una época de postverdades convenientes salvo para la humanidad y sus condiciones.

La pregunta por la naturaleza de los derechos, de los indesligables de la existencia, tropezará con sonrisas burlonas y escépticas en un mundo de algoritmos de consumo, productividad desenfrenada, fitness como prótesis del espíritu. ¿Qué lugar puede tener lo trascendente, lo inmutable, en medio de las odas a la información irrelevante, al cambio como moda, a las fake news peores que la propia mentira?

Es en medio de este escenario donde los autistas podemos ser nuevas Antígonas. Las leyes, los dictados donde se nos obvia y niega; la moral de las mayorías, la costumbre de quienes se sienten “capacitados”; nada escrito ni sancionado por la fuerza de los hábitos está por encima de lo que somos y merecemos. Buscando la afirmación de una ética universal a todos los autistas, planteamos un retorno a la Verdad construida y negociada desde la razón, pero además desde el cuidado y el afecto. Un relato, una narración ajena a la maquinaria de exclusión de la moral y sus historias con minúsculas y paradójicamente mayoritarias. Una Verdad para toda diversidad, una Historia para toda existencia.

Hasta hoy, cada vez menos, pero hasta hoy, uno se horrorizaría de comprobar la ausencia de educación y de cuidados sanitarios en la población infantil, de constatar el hambre y el abandono. Salud, educación, alimentación, vestido… son considerados derechos, pues afirman la vida y su dignidad como un bien. ¿Por qué la ausencia de un lenguaje, el derecho a comunicarse, no suscita idéntica indignación? ¿No está inscrita en cada quien la necesidad de traducir en alguna forma o soporte el ritmo de sus pensamientos, deseos y emociones? El artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos toca solo lo relativo a la libertad de opinión y de expresión. Pero hay algo anterior a la aparición misma del lenguaje humano y tiene que ver con gesto, mirada, intención, reconocimiento, cooperación. ¿Por qué no nos parece impensable un humano sin lenguaje ni acceso a alguna forma de comunicación? ¿Por qué no nos hiere de igual modo un autista no hablante mantenido en el silencio como sí lo hace quien se apaga por inanición o frío?

Podemos ensayar variadas explicaciones. Desde las carencias cuya resolución se considera más apremiante para conservar la vida hasta la constitución misma de la discapacidad. La ausencia de lenguaje y la imposibilidad de acceder a alguna forma alterna de comunicación es una discapacidad. La sociedad actual gira en torno a la preferencia por el capacitado (en este sentido es “capacitista”) y por ello favorecerá más el acceso a algunos derechos frente a otros, privilegiando los que capaciten más al individuo. Una persona bien alimentada, con abrigo y determinado nivel de educación estará más capacitada para producir más y mejor. Satisfacer los derechos de quienes no rendirán según lo esperado no es una prioridad para una sociedad obsesionada con la capacidad productivista. Reclamar los derechos propios a la discapacidad remueve esa unidad en la diversidad latente a la Verdad sobre lo humano. Por ejemplo, afirmar el derecho al acceso de formas de comunicación aumentativas y alternativas es hacerlo con el derecho natural y humano a la comunicación para todos.

Desafiar las leyes del capacitismo, los dictados de una época, la pérdida de toda trascendencia razonable, al reivindicar nuestros derechos, es volver a construir relatos y mitos fundantes para nuestro tiempo. Como Antígona, afianzar lo correcto y la naturaleza de nuestros derechos es algo venido desde otra parte y supera nuestra circunstancia, tragedias y esperanzas. Ese algo que habita desde siempre en todos necesita nuestras voces y actos para permanecer en el tiempo.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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