La palabra «autismo» nace del contexto médico (concretamente en 1911), en el estudio de Eugene Bleuler sobre la esquizofrenia, para referirse a la tendencia al aislamiento y ensimismamiento. «Autos» significa «uno mismo» y el sufijo «-ismo» hace alusión a una tendencia o modo de estar. Así, «autismo» significa «estar en uno mismo». Así lo recoge el diccionario de la RAE, en su primera acepción, añadiendo su origen desde el modelo de la patología: «Repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma».
Muchos insultos provienen de términos que nacen desde el paradigma médico-pisquiátrico. Tal es el caso de «imbécil», «idiota», «tarado». Los términos que suelen designar a los «anormales», a quienes se excluye del universo de los considerados «capaces», «razonables», se transforman en estigma, en señal de «deformidad» física o mental, que mueve a la compasión de la limosna, a la burla de los iguales, al insulto como barrera.
Muchas personas bienintencionadas creen la mirada sobre el autismo cambiaría aumentando una nueva definición en el diccionario o eliminando las que pueden considerarse potencialmente ofensivas. Lamentablemente, la vida del lenguaje y de sus hablantes no opera de esa manera. Un significado recae en las páginas del diccionario cuando es un uso recurrente en la mayoría de los usuarios. No se cambian los significados a los que la palabra alude por decreto. Es una transformación que ha de ocurrir en la vida, no en los textos.
En el caso de las minorías, parte de sus procesos de lucha están ligados a la reapropiación de términos que los designan, a modo de insulto, para mostrarse orgulloso de ellos. Tal es el caso de la palabra «queer» en el mundo anglosajón, o la palabra «marica», o la palabra «negro», o la palabra «disca» (por discapacitado). Hay personas que son discriminadas en razón de su orientación sexual, de su etnia, de su identidad de género, de su impedimento. Ellos, al llamarse a sí mismos «negros», «maricas», «discas», etc., realizan un acto de apropiación y de orgullo que no es sino rebeldía hacia una sociedad que discrimina y segrega, en diversos órdenes del discurso y de los hechos.
Por ello decir «soy autista» modifica radicalmente el significado y sentido de la palabra «autismo». El énfasis lo pone el sujeto que se apropia de una palabra médico-diagnóstica para volverla identidad, para darle formas y connotaciones culturales distintas. Es el uso de quienes viven el autismo en sí mismos el que debe ser escuchado y promovido. Por ello la identidad va primero. Por ello no se «tiene», se «es». Los sentidos del autismo no tienen que seguir viniendo de otros lados que no sean de la propia comunidad autista.
Sólo así el autismo dejará de significar un «repliegue en uno mismo» para volverse un despliegue hacia el afuera. El ser y la vida, propios.