En su obra The Autistic Survival Guide to Therapy, Steph Jones nos habla del procesamiento emocional (demorado) como una de las características autistas que obligan a reformular nuestros conceptos y prácticas psicoterapéuticas para acompañar e intervenir debidamente.
Efectivamente, frente a la resonancia emocional de un hecho —una pérdida, por ejemplo—, un autista podría saber, racionalmente, que un ser querido ya no está físicamente, aunque la sensación de tristeza, extrañeza, amargura, rabia, probablemente no aparezcan… todavía. Y no necesariamente suponga una negación, una resistencia ni una evitación. La emoción está demorando en llegar. Como demora, a veces.

Justamente eso me pasa: no puedo decir aún “me ha pasado”. Debo —¿debemos?— cuestionar qué es el sentir, de los demás y el mío, cómo se siente, cuánto, una emoción determinada. Cuándo. El riesgo de fallar nuevamente, en la terapia como en la vida, se bate a ese precio: privilegiar el estándar, la normalidad. La medida del sentir, del percibir, del pensar.

Recuerdo a un psicoanalista al cual acudía en mis años de estudiante universitario. Usaba una metáfora intentando explicar mi funcionamiento: “Usted es un gran cerebro que avanza por el mundo desconectado de sus emociones”. Pasé seis años en psicoanálisis con dos analistas diferentes. Demás decir el profundo daño experimentado. Muchos autistas han sido devastados por el ABA, otros por el psicoanálisis y sus derivados “psicodinámicos”.

En la época universitaria me creé un personaje: el poeta maldito, y míos eran Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine —en ese orden—. Me dejé el pelo largo y la barba, fumaba (mucho), escribía y leía poesía, mucha. Caminaba con un libro bajo el brazo siempre. En esa rareza ocultaba una más primordial, una lejana al conocimiento de mis analistas que nada sabían de autismo o Asperger en dichos años (que nada sabían): era un tipo excéntrico, pero académicamente, bohemiamente, universitariamente clasificable, y podía justificar en ello mis silencios, mi impenetrable lejanía. Podían dejarme y sentirme en paz.

Joaquín murió en la Semana Santa de 2007. Yo estudiaba en Francia y había vuelto a Lima por algunos asuntos. Él era quizá la única persona con quien no tenía que ser el poeta maldito. Ahora que lo pienso, dieciocho años después, podía ser autista, podía ser yo, sin saber que lo era, y en nuestra amistad alcanzaba a vislumbrar cómo sería ser uno mismo e intuir que, seguramente, valía la pena.

Hace poco he empezado a extrañarlo, a dolerme. Tanto después. Poco después de su muerte me fui de Lima y, en mi revivir de su recuerdo, me siento todavía de viaje. No he sabido en mis huesos el significado de su ausencia. Aunque tuviera presente su biografía trunca, “esperaba” encontrarlo al volver, cruzármelo en los espacios compartidos, simplemente salir a buscarlo. Y en la inmovilidad de su rostro detenido antes de los treinta podía quedarme, mientras sigo cumpliendo los años que nos separan. Esperaba la emoción, ya si nacía, emergía o llegaba. Detenido, esperando me alcanzara.

Ha demorado, sí, lo digo sin sorpresa, con el convencimiento de quienes descubren otra dimensión de los afectos. En esta vida continua, donde hay que tener talento, como quería Brel, para envejecer sin ser adulto. Porque todos aquellos padres, personas mayores, ministros de lo normal, no permitirían que nadie fuese bello ni fuerte ni distinto, y —como en aquel poema de Bukowski— por ello muchos tendrían que morir.

Yo, aún me rebelo. Solo me he demorado en experimentar no tenerte aquí. Con retraso, como tantas cosas más.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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