“Bienaventurados los que están rotos, porque ellos dejarán pasar la luz”, escribe Josef Schovanec -filósofo y autor autista- y ello me lleva al verso de la canción de Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”.
Podríamos definir, a grandes rasgos, la resiliencia como la capacidad para juntar los pedazos luego de una ruptura traumática. Lo que cohesiona el retorno a cierto tipo de unión es esa “luz”, la posibilidad que llega del afuera para reintegrarnos a la vida.
Para algunos, el afuera son las sombras.
«Trauma» proviene del griego y significa «herida». En el campo de lo psicológico, el trauma es la respuesta emocional a un episodio altamente estresante o violento. Casi todos los autistas han experimentado alguna forma de abuso (físico, psicológico, sexual, financiero, etc.) y muchos son conscientes de esto solo años después. Todos han soportado diversos tipos de colapsos en sus vidas (burnout, meltdown, shutdown). Conviven con depresión y estrés. Muchos llegan a la vida adulta viviendo o sobreviviendo a un trastorno de estrés post-traumático (complejo).
Se hace indispensable, por ello, que los profesionales que trabajamos en autismo conozcamos de modo profundo sobre el «Cuidado Informado del Trauma» (TIC por sus siglas en inglés).
Se trata de un abordaje donde se reconocen e identifican las experiencias traumáticas del individuo, donde los servicios son adecuados de tal forma que se creen espacios seguros de trabajo en la recuperación de la persona sin re-traumatizarla. Conocimiento profundo del autismo, del trauma y empatía es lo esencial.
Según Boris Cyrulnik, la resiliencia supone el conjunto de condiciones para retomar el desarrollo luego de una agresión traumática (neurológica, afectiva, social o cultural).
No hay un “perfil” de la persona resiliente. Si las condiciones para la resiliencia son numerosas habrá mayor posibilidad de recuperación luego de un traumatismo psíquico. Estas condiciones pueden esquematizarse de la siguiente forma:
Antes del trauma (condición interna): Con qué se arriba al evento traumático: ¿Se ha desarrollado un apego seguro? ¿La persona tiene confianza en sí misma?
Durante el trauma: ¿Quién me agrede? No es lo mismo que el agresor sea un extraño a un conocido. Lamentablemente, la mayor cantidad de traumatismos son ejercidos por personas cercanas a la víctima. Aquí entran en juego las fortalezas previas para el proceso de recuperación.
Después del trauma: ¿Hay apoyo afectivo a la víctima? ¿Se le permite darle sentido a lo ocurrido? En soledad no se desarrolla un proceso de resiliencia. Si no puedo hacer con alguien una historia de lo ocurrido, una que centre el evento traumático y reparta las responsabilidades adecuadamente; una historia que pueda contarme no para olvidar sino para ya no temer, entonces no podré seguir.
La falta de una cultura basada en el paradigma de la neurodiversidad, la falta de apoyos y ajustes razonables, hace que aquello que debería iluminar y cohesionar las grietas se ausente. Así:
– Muchos autistas no desarrollan un apego seguro al no haber experimentado una confianza básica. Los cuidadores pueden no comprender ni satisfacer sus necesidades físicas, psíquicas y afectivas, tomando en cuenta el ser autista.
– El entorno no suele ser amigable y se basa en el prejuicio, el estigma y el capacitismo hacia la persona autista.
– Existen pocos acompañamientos adecuados para el tipo de procesamiento cognitivo, afectivo y sensorial en el autismo. Por ello, hay pocos servicios orientados en cuidado informado sobre el trauma.
No es alentador el panorama para la recuperación de un traumatismo psíquico en la persona autista. Basta ver las tasas de colapso psíquico y condiciones psiquiátricas experimentadas para darnos cuenta de que nuestro sistema de salud mental es una extensión de la sociedad capacitista.
El kintsugi es una técnica artística japonesa que consiste en reparar y unir las piezas rotas de una cerámica con oro. Lo roto no se desecha, por el contrario, se une con lo que se considera un metal valioso. Las heridas pueden ser, entonces, un recuerdo luminoso del trabajo de la recuperación.
Para ello, la “luz” que viene del afuera debe no sólo poder ser capaz de reparar sino encontrar solidez en las piezas a armar; debe haber un artesano con una comprensión profunda en el proceso, además. Trabajar, así, con el brillo que permanece y ayudar a que la vida retome (o conozca) su curso. No sin cicatrices pero no sólo la cicatriz. Yo no era mi herida y hoy no soy mi cicatriz, pero puedo verla como parte de la vasta historia que soy y seré. Y que puedo resignificar siempre para poder habitarla.
Sólo así se retoma el desarrollo después de la ruptura. Sólo así se vuelve o comienza a brillar y recuperar la confianza en la vida.
Sólo así la bienaventuranza es de los que están rotos.