«Token» en inglés significa, entre otras cosas, «símbolo». Así, se denomina «tokenismo» a la práctica de dar pequeñas participaciones, ciertos reconocimientos, más que nada simbólicos o cosméticos, a poblaciones o grupos discriminados sin que esto suponga ningún cambio real, ninguno que suponga su participación real y plena.
Es un tipo de aprovechamiento simbólico, una buena propaganda para quien lo practica. Para publicitarse como «inclusivo», para promocionar sus «buenas prácticas», aparecer bien en la foto.
Se utiliza a esa población excluida dándole cierta participación aparente pero sin reconocer su derecho a decidir por ella misma ni buscar darle una papel real en las dinámicas de poder que le permitan la realización de decisiones autónomas.
Respecto del autismo, esto lo vemos de modo habitual en el aprovechamiento para eventos (cada 2 de abril es parte de la postal) con fines políticos, escolares, laborales, etc. Cada vez que una autoridad invita al estrado a un grupo de autistas para ofrecer -esta vez sí, dicen- apoyos y ajustes; cuando una escuela o centro laboral publica una foto con sus alumnos o trabajadores autistas, preciándose de sus programas inclusivos, estamos ante claros ejemplos de tokenismo. En el primer caso, no hay un reconocimiento de una comunidad autista que pueda sentarse a la mesa para señalar sus necesidades, para reivindicar sus derechos; en el segundo, se celebra la cuota sin considerar que en un sistema basado en la equidad aquellas no existirían.
En ambos casos, se utiliza al autista como capital simbólico en favor de quien otorga la participación, una que no afecta al status quo, una que plantea un ligero cambio para que nada cambie.
En el tokenismo nunca habrá alteridad, es decir, descubrir al otro, ponerme en su perspectiva, asumir su punto de vista, dejar de considerarnos ajenos. Nunca se trasciende el beneficio del yo de quien posee el privilegio. Paradoja del aprovechamiento donde esa pequeña concesión simbólica sirve, más bien, para asegurar la exclusión.
Contrario al tokenismo es el enfoque neuroafirmativo. Sabemos que cuando hablamos de «neurodiversidad» hablamos de tres dimensiones: 1. Un hecho biológico: la variación entre diversos tipos de cerebros en el género humano; 2. Un paradigma: ningún tipo de cerebro (neurotipo) es mejor que otro, no hay una forma «normal» de ser/estar en el mundo; 3. Un movimiento: busca derechos y equidad para los neurodivergentes (aquellos que no son neurotípicos), considerándolos como neurominorías.
Un enfoque neuroafirmativo será aquel que ofrezca espacios seguros para cada individuo neurodivergente; conociendo su forma de procesamiento, sus fortalezas y desafíos, desarrollando estrategias y apoyos que promuevan su bienestar.
En un valioso libro que apareció este año, The Adult Autism Assessment Handbook. A Neurodiversity-Affirmative Approach, se proponen las siguientes características para desarrollar un enfoque y práctica neuroafirmativos:
1. Reconceptualizar el autismo como neurotipo y no como trastorno.
2. No patologizar las formas del ser autista.
3. Usar apoyos y seguir recomendaciones que se dirijan a las necesidades y desafíos de la persona autista, no hacia sus formas de ser.
4. La voz autista debe estar al centro de lo que se haga.
5. Respeto a la cultura e identidad autistas.
6. Si tienes el poder, emplea a autistas u otros neurodivergentes en tu equipo; si no tienes el poder, anima a otros a que lo hagan.
7. Reconoce que hay un inmenso valor en la diversidad.
8. Reconoce el valor que existe en la vida discapacitada.
9. Todos los neurodivergentes (incluidos aquellos con una significativa discapacidad intelectual y altas necesidades de apoyo) tienen poder, un sitio en la mesa, y deben recibir y abogar por apoyos.
10. Rechazar enfoques basados en metas conductuales (por ejemplo, ABA).
11. Rechazar entrenamiento en habilidades sociales neurotípicas.
12. Abogar por cambios en los sistemas y entornos.
13. Adoptar una positiva identidad autista como prioridad global.
Si un enfoque se reclama respetuoso hacia el autismo, si una propuesta se declara «inclusiva», y no cumple genuinamente la esencia de los puntos arriba citados, lo más probable es que estemos ante prácticas tokenistas.
Repetimos, no se puede pedir participación para los autistas sin garantizar que esta suponga la autodeterminación en torno a sus derechos y las necesidades que les conciernen. Y que estas decisiones sean respaldadas por un efectivo ejercicio del poder real que les permita obrar con autonomía. En esto consiste todo enfoque, toda política neuroafirmativa.
De lo contrario, seguiremos asistiendo al ya conocido papel del autista como cartón del decorado, como extra en su escenario, como pretexto para su propia exclusión.
Muchas GRACIAS Ernesto, muy interesante todo el contenido, muy útil. Mi hijo es autista y cumplió 6. Lo observo, oriento, le enseño, a veces reniego porque quiero que haga lo que yo deseo en ese momento. Gracias por toda la información y conocimiento que compartes. Saludos!!
¡Gracias!