“Lealtad” proviene del latín “legalis”, que significa “ser respetuoso con la ley”. “Traición”, de “traditio”, que designa “entrega, transmisión”; de allí surge, también, “tradición”. En esta última, se hace entrega o transmisión de algo valioso, de una generación a otra. En la traición, esta es hacia un bando enemigo.
Una de las características estimables de los autistas es la lealtad: el respeto a las leyes en general y las de la amistad en particular. Somos personas apegadas a normas y principios. Nuestra mente privilegia la estructura, la constancia, el orden. Así, como el apego profundo a nuestros horarios y rituales, apreciamos las tradiciones razonables. Lo opuesto -como el caos- la traición, pocas veces es opción y cuando la sufrimos, convoca un dolor profundo y duradero.
Erróneamente, algunos ven rencor en esto. Se trata de otra diferencia cultural con los neurotípicos. Nos perturba particularmente la ruptura de lo establecido, de aquello que debe y debería ser, de la norma cuando es justa, del vínculo cuando debe ser cuidado y respetado. Nuestra mente recuerda con mayor nitidez los detalles, los luminosos y los aciagos. Nos son difíciles ciertos olvidos porque, en virtud de nuestra memoria, todo está allí. Y retorna. No tiene que ver con la ausencia de perdón. Este no implica el olvido, aunque en la vida neurotípica se pretenda así.
La desestabilización, la desregulación intensa provocada por la sobrecarga sensorial o un cambio inesperado, la ansiedad del quiebre de nuestra regularidad, de lo predecible, provoca diversos colapsos, como el “meltdown” (estallido) o el “shutdown” (apagado). No es diferente cuando se nos traiciona, cuando se detiene aquella entrega de afecto, cuando se quebrantan las leyes de la confianza, del cuidado, de la amistad como amor. El colapso, sin embargo, puede ser sostenido mayor tiempo; la decepción es proporcional a nuestra incapacidad para comprender el por qué de la ruptura de la regularidad que sostenía el vínculo.
Cuando confiamos en alguien, lo hacemos con la convicción de quien no duda; cuando llamamos al otro “amigo”, lo hacemos casi con devoción. ¿Cómo volver a confiar? ¿Cómo entender?
Lejos de mí romanticizar nuestras características. No pretendo señalarnos como la medida de algo o mejores por sí mismos. No se trata de una “bondad” inherente o de una pureza angelical, se trata de un estilo neurocognitivo. En filosofía, se denomina “principio de caridad” al acuerdo por el cual consideramos lo señalado por mi interlocutor no solo como racional sino también como verdadero. Nuestra forma de procesamiento tiende a no ir más allá de la información dada, privilegiando el significado primario. A esto muchos le llaman “literalidad”. Además, como procesamos mejor un tema a la vez, no tendemos a buscar un subtexto, sentidos secundarios.
En las situaciones típicas, lo descrito es problemático y supone situaciones donde somos más vulnerables al engaño y al aprovechamiento. La apuesta por la verdad del decir ajeno y la confianza puesta sin reparos es peligrosa cuando se debe atender a lo no dicho, la falsedad implicada como posibilidad. De aquí la mayor aflicción, desregulación y desmoronamiento provocados por la traición, cuanto más se ha confiado y creído, más será el desengaño y sus consecuencias dolorosas.
Por ello, muchos de nosotros prefieren desconfiar totalmente, haciendo de la suspicacia una hipervigilancia generalizada. Esto explica por qué tanta dificultad en superar ciertas desilusiones pasadas y vivenciar su recuerdo en similar intensidad a su ocurrencia inicial. Porque pueden constituir choques traumáticos o cercanos a ellos. Una de las características del trauma, a nivel cerebral, es la activación (o desactivación) de zonas y procesos neurales idénticos al golpe en cada rememoración.
Ser leal es una virtud, pues se orienta a un bien mayor que el bienestar propio. Los autistas tendemos a actuar, en este apego a las leyes, de modo ético. Desconfiamos de las morales particulares. Ambos términos suelen ser confundidos e incluso usados como sinónimos; sin embargo, la “ética” refiere a normas de conducta universales para el bien común, mientras que “moral” alude a normas de comportamiento de grupos concretos. De la misma forma por la cual priorizamos el significado primario sobre los subtextos del contexto, nuestro actuar se rige por la racionalidad de los principios más que las excepciones y acomodaciones particulares.
Nuestra tendencia a actuar rectamente no excluye hacerlo desde nuestras sombras, pudiendo también dañar y quebrantar los vínculos. Sin embargo, no es usual en nosotros, sobre todo comparado con la sociedad neurotípica.
Nuestra teoría de la mente autista nos lleva a suponer que los demás piensan, sienten y se mueven por motivos similares a nosotros. Así, es incomprensible la traición, la deslealtad, el apartarse de la gramática que podría ordenar la vida. Al punto del colapso, del hundimiento, del golpe traumático. Solo en una sociedad donde la diversidad no es respetada y los valores son acomodaticios, esto podría parecer exagerado.
Mantenernos leales al orden del afecto, de la confianza por el otro, es un acto de rebeldía autista.