La «depresión» fue comprendida en la antigüedad occidental, desde los griegos, como «melancolía», la cual, en la teoría de los humores de Hipócrates (etimológicamente, melancolía significa «bilis negra»), se asocia con un estado de tristeza y temor. Para Aristóteles (o en todo caso, atribuido a él) en su Problema XXX, vincula la caída del héroe (del hombre de genio) con la melancolía. En el cristianismo primitivo, conoció nuevas formas, incluida aquella espiritual llamada «acedia» que describieron los monjes del desierto.
Durante el romanticismo, Gérard de Nerval se refirió a ella como «el Sol negro». La palabra «depresión» no aparece sino hasta el siglo XVIII. La antigua «enfermedad del alma» ha llegado a nosotros como una enfermedad mental.

En parte por ello, tendemos a verla como algo a superar, curar, antes que entender; negar antes que trabajar. El abatimiento, el duelo, la tristeza, la melancolía, son estados naturales e incluso necesarios para el aprendizaje de la condición humana. En sus formas crónicas, la depresión consume todo interés por la vida, distorsionando profundamente el ánimo y los pensamientos hasta negar la viabilidad misma de la existencia.

Nuestra sociedad, atravesada por el pensamiento positivo y el mito individualista de la autoproducción y el emprendimiento, tiende a negar las complejas causas sociales que la desencadenan o exacerban. El mal en particular busca ser acallado farmacológicamente como estrategia principal. No se me malentienda, claro que la medicación es un apoyo fundamental, pero está lejos de ser el único; no menos importante es el sentido de una vida: ¿vale realmente la pena vivir como he estado viviendo? ¿Debo cambiar de vida? ¿Se me permite vivir con intensidad?

Para los autistas, estas preguntas son clave. Su respuesta desenmascara el poderoso componente social del entorno que lo genera. Si bien para muchas personas la depresión puede ser endógena, es decir, parte de la naturaleza del individuo, de su constitución biológica y genética, en la mayoría de los casos es exógena, asociada a situaciones desfavorables y de sufrimiento psíquico y físico constantes y sostenidos. La depresión no es una característica del autismo sino una condición que coocurre por motivos similares a la ansiedad: barreras, falta de apoyos y ajustes razonables, desconocimiento de la neurología autista, de su procesamiento cognitivo, de la expresión de su afecto y sus formas de empatía.

El camino que conduce a la depresión se inicia, mayoritariamente, con la ansiedad y tienden a coexistir. Para los autistas, la frustración y la alerta constantes son causa de una ansiedad que tiende a ser generalizada en muchos casos. Alerta e hipervigilancia ante el peligro que su perfil sensorial traduce de los estímulos del entorno. Frustración ante la incomprensión e invalidación constantes de sus formas de aproximarse socialmente, de la demostración de sus afectos. Frustración ante la incomprensión e invalidación de sus intereses profundos, de su contemplación apasionada; de la estructura y del tiempo requerido para procesar la información, para sostener una respuesta.

Se vive preparado para lo peor en cada momento, con ansiedad en cada suceso y contacto, con miedo. Hasta que la desesperanza se aprende, se extravía el sentido y la pasión por los intereses. La depresión se instala y a partir de ese momento solamente se sobrevive.

Hay dos fenómenos que aparecen como asociados pero que es necesario distinguir:

  1. El shutdown o apagado. Es una forma de colapso autista asociado a una fuerte sobrecarga sensorial, cognitiva o afectiva. La frustración y la rabia se expresan «hacia dentro», consumiendo la energía. La persona queda bloqueada momentáneamente para toda actividad. Si bien en la depresión encontramos similitudes, la diferencia fundamental es la persistencia en el tiempo. Del shutdown se puede salir luego de un tiempo de reposo (lo que se denomina «recargar cucharas» en el lenguaje de la comunidad autista). En la depresión, la sensación de pérdida de la energía está ligada a un desinterés profundo hacia toda actividad, de modo permanente, una pérdida de vitalidad que no es recuperable por el solo descanso.
  2. El burnout autista. Es una forma de colapso autista que supone un agotamiento extremo. Su principal causa es la negación de las características autistas a través del enmascaramiento. Los constantes esfuerzos por encajar y las demandas de «normalidad» llevan a una conciencia extrema de las acciones que deben realizar para ser menos autista y parecer más neurotípico. Esto lleva a una extenuación profunda donde la persona pierde la capacidad para realizar tareas que antes podía (es inexacto el término «regresión autista», no se regresiona, se pierde la capacidad de realizar actividades debido al burnout). Si bien también hay similitudes con la depresión, la diferencia se encuentra en el contenido del pensamiento y la forma del ánimo, así como la posibilidad de recuperación. En la depresión priman los sentimientos de inutilidad, la negatividad generalizada del pensamiento y la ausencia de la capacidad de sentir placer. Si bien en el burnout puede darse pensamientos y ánimo negativo, este es de menor intensidad, primando la extenuación crónica. El burnout puede ser superado con descanso, tiempo para focalizarse en los intereses y afirmación de la expresión autista (dejar de lado el imperativo de enmascarar). En la depresión se requerirá de un trabajo más complejo para superarla.

La superación de la depresión requiere poder volver a confiar en la vida, confiar en que la vida puede tener un sentido propio, puede pertenecerme. Requiere la garantía de la seguridad, de vivir sin miedo. Cuando la ansiedad y la angustia no sean lo continuo sino lo ocasional ligado a toda existencia; cuando pueda confiar nuevamente en los demás, en nuestra semejanza pese a la diferencia; cuando pueda creer en el cuidado y el respeto genuinos, entonces la depresión podrá replegarse. La medicación será menos necesaria. Cuando las características autistas sean expresables, podrá valorarse el haber sobrevivido a pesar de ello. Y sin olvidar esta injusticia, retomar una vida y un Sol nuevos.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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