Se nos suele reclamar por nuestra “inflexibilidad”. “Si mi hijo fuera más flexible…”, “¿Por qué eres tan cuadriculado?”, “¡Qué terco te pones!” y una serie de sinónimos y contextos más.

La flexibilidad cognitiva es una de las funciones ejecutivas (esperables socialmente) que permite considerar varias alternativas para un problema o utilizar otro procedimiento cuando el que estamos utilizando no consigue los resultados esperados.
Los autistas seguimos rutas ya conocidas, literal y metafóricamente. Por ejemplo, ir siempre por el mismo camino a la escuela, al trabajo, donde fuera, a pesar de que exista otro quizás más rápido o directo. Usar la misma pauta al realizar tareas similares, pese a recomendaciones de formas distintas, aparentemente más eficaces, para abordarlas.

¿Somos realmente testarudos y tercos? Pensar esto es una simplificación neuronormativa de nuestro procesamiento cognitivo. No se trata de una simple obstinación. Nuestra percepción se enfoca más en los detalles que en el contexto; de hecho, somos bastante diestros examinando las partes antes de completar el conjunto. Esto se relaciona directamente con nuestro estilo de atención: el hiperfoco. Estar fuertemente focalizados en algo determina un nivel de profundidad notable en cuanto a lo observado, y esta exclusividad determina la característica esencial de nuestro procesamiento cognitivo: el monotropismo.

“Mono” significa “uno” y “tropo”, “tema”: un tema a la vez. La exclusividad de nuestro foco de atención determina nuestra dificultad para procesar varios temas simultáneamente (politropismo). Es una dificultad relativa a los dictados usuales de procesamiento. En una era donde la norma estipula el “multitasking” como medio para alcanzar con mayor rapidez determinado rendimiento, corremos en desventaja. Si el fin es la calidad o el conocimiento detallado, probablemente podamos rendir con suficiencia, acorde a nuestras posibilidades cognitivas.

“Un tema a la vez” exige la seguridad de una rutina, de lo predecible, para desarrollarse adecuadamente. Necesitamos saber que no seremos interrumpidos. Cuando la concentración es tan profunda, el entorno parece desaparecer, y de hecho desaparece, concentrándose en un único canal. Si estamos construyendo algo con LEGO, dejaremos de oír nuestro nombre; es lo que nos sucede a menudo en la primera infancia cuando, al llamarnos, piensan que tenemos un problema auditivo.
No se sale de una concentración tal abruptamente, pues corremos el riesgo de alarmarnos en extremo, de ser tomados por una ansiedad indescriptible, una que fácilmente puede llevarnos al meltdown o al bloqueo. Necesitamos un tiempo de transición, también pronosticable, para pasar a otra actividad.

La rutina, el horario, las fórmulas ritualizadas: nuestros intentos de domar el tiempo e intentar habitarlo. La percepción del tiempo, cuando estamos entregados a nuestros intereses profundos y especiales, es diferente de la que marcan los cronómetros; es un tiempo pleno y lo más parecido a la suspensión en lo eterno (el “kairós” griego). Saber que las cosas acontecerán de una misma manera, bajo determinadas formas, en similares intervalos, contiene la promesa de tranquilidad necesaria para vivir intensamente aquel paraíso de detalles y patrones. Como verán, “inflexibilidad” no hace justicia a nuestra necesidad de constancia en las cosas y los momentos. El gozo de nuestra natural condición no puede ser expresado con un prejuicio ajeno.

Por supuesto, habrá momentos donde nuestra estructura cognitiva se revele poco eficaz: al no poder pasar a la segunda pregunta por no haber solucionado la primera, aun cuando nos cueste el examen; al poner en riesgo el final de un proyecto por no poder variar un cálculo revelado imposible. Así. Así debemos aprender a aceptar trascender nuestras constantes, dejar de hacerle caso al impulso esencial de nuestra mente… a veces, cuando no podamos salir del atolladero, otras variables, otras voces serán de ayuda. Debemos comprender esto en idéntica medida en que nuestro entorno comprenda que no es obcecación lo nuestro.
En condiciones habituales creemos, queremos encontrar las regularidades que gobiernan un sistema y todo: la gramática de las cosas y los seres, un ímpetu tantas veces mayor que nosotros mismos. Hemos de aprender, de constatar, la dificultad o inexistencia de leyes que conjuren el azar y vivir con ello. Que no existen definiciones donde se alberguen todas las excepciones posibles ni un modo limitado para todos los usos de las palabras y de los objetos. La nuestra es, verdaderamente, nostalgia de lo Absoluto, no mera “inflexibilidad”.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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