Con frecuencia, escuchamos sobre la capacidad de “sistematizar” información en el autismo. ¿Qué significa esto? Sistematizar implica organizar y estructurar la información bajo una determinada lógica para facilitar su comprensión, análisis o uso. Por ejemplo, si me interesan los equipos de telefonía móvil, puedo agruparlos por marca, funciones, tipo de cámara, etc., según mis intereses o la necesidad de lo buscado o investigado. Una vez reunido todo, puedo establecer distintas relaciones, constantes, diferencias, usando un sistema particular de análisis.
La mente autista privilegia la sistematización en el procesamiento de la información. Es decir, busca, más que otros neurotipos, ordenarla de determinada manera para aplicar un sistema de comprensión particular. Este contiene, esencialmente, dos mecanismos sobre los que se asienta: el procesamiento en detalles y la búsqueda de patrones. Así, una persona autista antepone una decodificación que va de las partes hacia el todo (de modo opuesto a lo típico) de los distintos estímulos y la búsqueda de elementos constantes, de regularidades que permitan establecer semejanzas, pero además, diferencias.
Esto determina un tipo de procesamiento secuencial (una cosa tras otra) mucho más detallado, pero también presenta retos para procesar en paralelo (varias cosas distintas), modo predilecto de la mente no autista y del sistema de producción actual. A este estilo se lo conoce, también, como monotropismo.
Nuestros intereses especiales alcanzan niveles de profundidad y de pasión fundamentales debido al estilo sistematizador. Nuestra memoria recoge, muchas veces, de modo detallado, datos y fórmulas relativas a nuestros temas predilectos. Sin embargo, contrariamente a lo que algunos creen, el almacenamiento de conocimientos no tiene que ver con la capacidad de sistematizar. Por ejemplo, el modo de socialización de las mujeres durante la infancia determina una mayor capacidad de sistematización de formas de interacción observadas en sus pares; no suponen datos expresables como los exhibidos por el niño interesado en los dinosaurios. Y, sin embargo, la capacidad de sistematización es idéntica en ambos.
Es frecuente sistematizar, también, la propia vivencia, los recuerdos. Traer a la mente detalles o sensaciones de tiempos lejanos, de una primera infancia habitualmente olvidada, sorprende por la nitidez y exactitud a quienes nos acompañaron en aquellos momentos.
Pero esto no ocurre solamente con las memorias de dicha; es usual recordar con mayor detalle aquellas cargadas de negatividad, dolor y trauma. ¿Cómo enfrenta la mente sistematizadora este trance?
Lamentablemente, no como esperaríamos. Una mente con un fuerte impulso para atender al detalle, para encontrar el patrón común a diversos eventos, tenderá a agrupar, igualmente, los episodios de desolación, sistematizándolos. Trayéndolos al presente y actualizando el dolor de modo constante, como cuando el golpe sobrevino, sello distintivo del trauma.
Lo sabemos, la experiencia nos lo recuerda: los instantes de violencia y abuso diversos no son excepciones sino, trágicamente, regularidades. ¿Cómo evitar la condena de descubrirlos, una y otra vez, como sistema? ¿Cómo dejar de rumiarlos?
En tanto arribe una sociedad menos discapacitista y sensible a una convivencia basada en el respeto y la equidad, nos queda la autodefensa y la vida en comunidad, en hábitats donde podamos saborear una seguridad negada en lo cotidiano social. Y aún eso no alcanza para conjurar el encadenamiento de los recuerdos.
Como en el poema “Ô saisons, ô châteaux” de Rimbaud: “¿Qué comprender de mi palabra? / Es preciso que huya y vuele”. La única forma de dejar huir y volar los recuerdos es sistematizar, también, los siguientes patrones: 1) la culpa no fue nuestra; 2) ya no estoy en ese momento; 3) hoy puedo cuidar de ese dolor como no podía hacerlo entonces;… agréguense los pensamientos propios y necesarios.
Re-sistematizar introduciendo nuevas variables podría ser la clave. Evidentemente, ni el alivio ni la solución ocurrirán pronto. Pero mientras más coloquemos nuestro foco de interés sanador en ello, acaso llegue el día en que el recuerdo que hiere sea atajado por la palabra protectora, la explicación que libera. Y, simplemente, un día ya no pensamos más en ello por un buen tiempo: habremos comprendido que el dolor también puede emigrar y, al volver, anidar entre las páginas leídas y ya pasadas.