La teoría del monotropismo es quizá la más completa sobre nuestro funcionamiento cognitivo. Siendo una conceptualización de un investigador autista como Wenn Lawson, en colaboración con Mike Lesser y Dinah Murray, aún no recibe el reconocimiento y difusión necesarios. Esto evidencia el capacitismo y discapacitismo de la academia, como muchas otras reflexiones e investigaciones en primera persona.
Esta teoría parte del análisis de nuestro tipo de procesamiento atencional. Los autistas tendemos a procesar en detalles, de las partes al todo, privilegiando lo localizado por encima de lo global. Tenemos, como señala Lawson, una «visión de túnel» cuando nos enfocamos en algo de nuestro interés, justo lo contrario a la tendencia atencional (neuro)típica. De allí nuestro hiperfoco y la pasión por pocos temas de interés, los cuales se vuelven profundos y especiales. Es la diferencia entre ser «monotrópico» («un tema») o «politrópico» («varios temas»). Lo primero nos describe y lo segundo hace alusión al patrón atencional típico.
Para tareas que precisan una atención localizada, en una temática específica, nuestro procesamiento es superior al promedio, lo que Laurent Mottron denomina «función perceptual mejorada».
El monotropismo explica nuestras características cognitivas, comportamentales y de interacción. Explica, por ejemplo, la inercia autista: los retos para iniciar una actividad nueva (para salir de aquello que estamos haciendo) o para detenernos en la actividad en marcha. Es la razón por la cual muchos estímulos simultáneos nos saturan, y por qué tendemos a focalizarnos en uno obviando el resto, pareciendo «ausentes». Es la causa, como señala Fergus Murray, por la cual surge la sospecha de sordera durante la infancia: si estamos concentrados en una actividad de nuestro interés, probablemente un estímulo diferente no se procesará o será ignorado (cuando nos llaman por nuestro nombre, por ejemplo). Procesamos, preferentemente, en un solo canal sensorial, difícilmente en varios a la vez, y dentro de este, atendemos a un tema u objeto en particular.
Socialmente, en entornos cargados de señales, es usual intentar centrarnos en una parte del contexto. Al establecer una conversación, nos centramos en una persona especialmente. Llevar conversaciones simultáneas demanda un esfuerzo, precisamente, politrópico. Explica, también, nuestra tendencia a no ir más allá de la información dada, usualmente llamada «literalidad». Nos centramos en un tema y este estará asociado al significado usual del término o la denotación específica de la frase, ¿por qué habríamos de buscar sentidos alternos? Si bien muchos aprendemos a decodificar contenidos metafóricos, podemos reconocer un mayor esfuerzo al hacerlo.
Muchas de nuestras diferencias al interior del espectro pueden relacionarse con cuán monotrópicos somos. Algunos autistas lo son más que otros. En quienes se da la coocurrencia con la Atención Divergente (mal llamada TDAH) se posibilita una búsqueda y mayor alternancia entre intereses y tareas de modo simultáneo.
Como vemos, la teoría de la mente monotrópica explica nuestros recursos cognitivos puestos en la concentración en detalles, en un estímulo a la vez, en un mismo canal sensorial. Tratar de procesar de modo politrópico requiere de un gran esfuerzo y desgaste para el cual no estamos preparados. ¿Qué ocurre cuando nos vemos forzados a hacerlo por largos y sostenidos períodos de tiempo? Acontece lo que Tanya Adkin denomina como «monotropic split» («división monotrópica»). Cuando tenemos que actuar politrópicamente, nuestra capacidad de atención al detalle no disminuye, es decir, seguimos fijándonos en profundidad en objetos, temas, personas pero, al mismo tiempo, tenemos que cambiar constantemente de canal y foco de atención. Nuestra mente queda dividida, escindida, rota («split»), en medio de un enorme desgaste de energía y de malestar psíquico y físico que puede llevar, incluso, a formas de trauma.
Diversas teorías sobre nuestro procesamiento dominan, como dijimos, la academia. Lamentablemente, estas pasan, a través de modelos de intervención, a las prácticas terapéuticas y educativas. «Teoría de la mente», «coherencia central débil», «disfunción ejecutiva»… son constructos que, desde una perspectiva neurotípica, deducen cómo deberíamos procesar la información y producir determinados resultados. Digo «deducen» porque la psicología (neuro)típica solamente puede presuponer, especular, sobre la forma de nuestros procesamientos internos. Dichas conjeturas terminarán basándose en otras teorías y resultados experimentales sobre un autismo definido, también, por no autistas.
Una teoría autista, como la de la mente monotrópica, concebida por investigadores autistas y respaldada, cada vez más, por la propia comunidad autista, es importante por su riqueza y poder explicativo. Además, por la validación y afirmación de nuestras características, así como los riesgos que advierte para nuestra salud. Se advierte la diferencia entre tomarnos como objetos de estudio y ser nosotros mismos sujetos estudiándose. Descubriéndose.
La «división monotrópica» advierte las graves consecuencias de vivir escindidos. Para los autistas esto ocurre en espacios sociales, educativos e incluso en el hogar. Se nos exige un yo politrópico, donde nuestro yo autista debe partirse: uno para satisfacer las presiones del entorno, otro pugnando por existir. Así, el monto de estrés y la extenuación psíquica produce formas disociativas, trauma complejo, y desesperanza aprendida. Ignorar las teorías autistas por autistas es parte del problema general: se antepone un modo de entender el autismo que no es autista, se nos niegan cuidados, y vivimos escindidos entre nuestras necesidades y las obligaciones del ambiente. Aceptar, validar, defender y cuidar nuestra mente monotrópica es apostar, también, por una forma autista de comprendernos: encontrar en nuestra cultura razones para lograr ser y poder estar.