Pocos como Charles Baudelaire para describir aquel desencantamiento del mundo; del hastío de ser, de estar en lo repetido como una condena; la pérdida de la confianza en el sol de la existencia: «Así como largas carrozas fúnebres, sin tambores ni música, / marchan lentamente dentro de mi alma; la Esperanza, / derrotada, llora, y la atroz Angustia, despótica, / sobre mi cráneo inclinado planta su bandera negra». (Ch. Baudelaire, Spleen IV).
Perder la confianza en la vida es instalarse en una quietud melancólica que bloquea toda oportunidad de desarrollo.

El ser humano, por su propia constitución, requiere de prolongados cuidados desde su nacimiento. A diferencia de otros mamíferos, necesitará de años para lograr una verdadera autonomía.
Por ello, su forma de cuidado y el apego resultante, serán determinantes en el desarrollo del psiquismo, de la confianza en los demás y en la vida. Los seres humanos buscan seguridad, la requieren como condición para poder conectar con los otros y establecer vínculos.
Un tipo de apego seguro es el que garantiza el poder establecer relaciones basadas en el bienestar. Cuando el cuidado falla, cuando el niño se siente descuidado o abandonado, se establecen apegos ansiosos-ambivalentes, evitativos, desorganizados. La persona aprende, dolorosamente, a no esperar, no creer en el cuidador. ¿Cómo podría confiar, entonces, sanamente en los demás?

Los autistas tienen formas distintas de establecer la relación afectiva con el cuidador. Lo hacen, principalmente, compartiendo sus intereses profundos y del juego en paralelo. He aquí el primer desencuentro, el cuidador neurotípico quizá esperaría otro tipo de compartir basado en el compartir típico y relaciones directas. En vez de entenderlas como otra forma de apego, creerá que no lo hay, como cuando el psicoanálisis popularizó la incorrecta teoría del autismo como un «trastorno del vínculo». Las expectativas traicionadas impiden un cuidado bueno.
Desde otro lugar, un cuidador puede querer ofrecer la seguridad de su afecto y fallar en darlo apropiadamente en el contexto; el entorno puede no estar adecuado para las necesidades sensoriales del infante autista. Allí, pese a la intención de un cuidado adecuado, este será vivido como una continua negligencia, haciendo del apego una experiencia ambivalente.

La vivencia del desamparo y de la percepción de la falta de cuidado generan formas de trauma complejo. Este contiene un quiebre en la confianza hacia el mundo de la vida. Haga lo que se haga no hay una escapatoria para la adversidad, esa es la certeza; esto se conoce como desesperanza aprendida. La persona ha asimilado que no puede gestionar lo negativo, que no importa lo que disponga. La inutilidad de intentar cualquier cambio conduce a adoptar una actitud pasiva frente a todo.
Nada nuevo puede esperarse o aprenderse. La curiosidad por la vida cede a la inercia. «Sobre mi cráneo inclinado planta su bandera negra».

Como se aprendió a perderla, ¿puede aprenderse a recuperarla? Ciertamente, pero hay algunas condiciones. Salir del bloqueo, de la parálisis ocasionada por el trauma, requiere de la activación de un profundo proceso de resiliencia auspiciado por el entorno. Se basa en recobrar o empezar a conocer la seguridad del entorno. Creer que esa (nueva) seguridad tendrá cierta estabilidad.
La esperanza. Esperamos algo o a alguien. Necesito encontrar una mirada amable, incluso cuando ya no espero nada. Es necesaria la compasión, ese alguien hace suyo, propio, mi sufrimiento y busca ejercer una acción: aproximarse a mí, se mueve hacia mí cuando ya no me muevo más. Opera un instante luminoso, una fuerza que ingresa en el abatimiento, que me reingresa en el calor, que parece necesitar de mí una respuesta. Espera de mí un movimiento, que vuelva a ser agente, que reprenda el desarrollo de la vida.
Ese alguien ha decidido conocerme y cuidarme. Si puedo estar convencido de esto requiero saber que el entorno será seguro también. Entonces vuelvo a esperar. Si las condiciones están dadas ofrezco un gesto hacia el apego. Es en la seguridad donde puedo conectarme nuevamente. Conectarme autistamente, confiadamente, sin temor a expresar mi ser. La futura caída será, también, el futuro cuidado. La confianza es posible. Y me espera.
Quien atiende de mí que retorne a la vida, ejerce una enseñanza: la de la esperanza aprendida.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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