Todos sabemos que la información sobre la niñez en el autismo es abundante. Desde las primeras señales de características autistas, entre los nueve meses y el año, hasta los años de educación primaria, encontramos información copiosa que, una vez separada la paja del trigo, será muy provechosa si se emplea adecuadamente en la detección y diagnóstico tempranos así como en las adecuaciones e intervenciones primeras.
Sabemos también que la investigación y bibliografía decrecen luego de esta etapa, lo cual acrecienta el estereotipo del autismo como una condición exclusiva de la infancia.
La OMS define la adolescencia como el período de la vida que abarca entre los 10 hasta los 19 años. Consta de tres etapas: temprana (de los 10 a los 13); media (entre los 14 y 16) y tardía (desde los 17 hasta los 19, 21 incluso).
primera tiene que ver con los cambios hormonales y físicos; la segunda con los psicológico y la identidad; la tercera es un asentamiento de las dos anteriores.
¿Cómo se da el desarrollo autista a través de estas etapas? Si bien, en líneas generales, podemos decir que el proceso vital autista difiere del neurotípico, se encuentra inmerso en medio del entorno que le rodea, de las expectativas y de las formas de interacción que corresponden a la mayoría.
La adolescencia temprana y los cambios secundarios que se dan es un gran reto (vivido con gran ansiedad en muchos casos) para la persona autista. Para un tipo de mente que debe prepararse especialmente para el cambio, para la cual lo establecido y las rutinas son fuente de bienestar, el percibir transformaciones radicales en su cuerpo (crecimiento acelerado, cambios en la voz, mayor sudoración, vello, etc.) pueden ser vividas con gran resistencia, incluso intentando anularlas a costa de su integridad (depilaciones obsesivas, por ejemplo).
La adolescencia media encuentra a los adolescentes típicos unidos en base a modas y fuertes intereses sociales de grupo. Esto deja por fuera a los adolescentes autistas quienes no suelen comprender la naturaleza de los nuevos códigos sociales de esta edad; para quienes el cambio de la niñez a la adolescencia en cuanto a intereses no está mediada por los intereses sociales de un grupo (no hay una «lógica» más allá del mandato social para que dejen de gustarte las cosas de la niñez a riesgo de ser tachado de «inmaduro»).
La adolescencia tardía consolida las dos anteriores y la identidad empieza a cuajarse. La «identidad» es el conjunto de rasgos y de características que diferencian a una persona de otra. En esta etapa cada adolescente neurotípico consolida su identidad personal bajo criterios comunes de la identidad grupal típica.
La identidad de la persona autista debería consolidarse bajo las formas de ser autista, es decir, el conjunto de características y de rasgos por los cuales procesa cognitivamente, afectivamente, sensorialmente. Ante la ausencia de grupos de autistas con los cuales relacionarse, su identidad se verá definida en relación a la neurotípica viviéndose este proceso con gran frustración al no poder lograr los objetivos sociales de un adolescente promedio. Ansiedad y depresión, distorsiones en el autoconcepto y la autoestima, enmascaramiento, formarán parte de la construcción de una personalidad condenada a la fragmentación y la desesperanza.
Todo lo que hemos señalado corresponde a la vivencia usual de un adolescente autista hablante. Para los adolescentes no hablantes, para quienes tienen necesidades de apoyo más grandes, este proceso será vivido desde la exclusión o segregación. Muchos no cuentan con un sistema de comunicación aumentativo alternativo que les permita expresar adecuadamente sus deseos. Otros no podrán comunicarse de modo apropiado pese a los apoyos brindados. La mayoría serán vistos como adolescentes sólo en cuanto los cambios secundarios que se da en su físico pero no en la dimensión psicológica ni en sus necesidades de interacción distinta. Seguirán siendo considerados como niños y mantenidos bajo tutela.
Proteger y no sobreproteger, cuidar negociando el cuidado, es lo que requiere el autista adolescente con grandes necesidades de apoyo que será adulto que requerirá de cuidados sostenidos.
Un mayor conocimiento de la adolescencia autista, de sus necesidades, apoyos y deseos, garantiza un tránsito saludable a la vida adulta. Una convivencia respetuosa pasa también por la posibilidad del adolescente autista de encontrarse con grupos de pares autistas.
Centrémonos en la niñez autista siempre, mientras sean niños.