Usted está perdiendo a su hijo (autista).

Diferentes épocas y sociedades definen sus ideales sobre las virtudes, lo bueno, lo bello, lo humano… y sobre el hijo que está por llegar. Este será envuelto en el manto de los deseos sociales y los de sus padres, que son una extensión de los mismos.

Desde el siglo XIX, nuestra sociedad privilegia un prototipo de lo humano basado en la capacidad de producir según el modelo económico heredado de la Revolución Industrial. En este, un tipo de cuerpo y mente deben sostener los ritmos de competencia y éxito en el hacer para ser catalogados como “normales”. Lo “normal” es una construcción, una aspiración de quienes pueden alcanzarlo, de modo variable a lo largo de sus vidas. Un cuerpo “normal”, una mente “normal”, son algo temporal en el curso de la existencia. Nadie puede sostener el ritmo de dicho ideal indefinidamente.

Cuando una madre o un padre reciben la noticia de un próximo hijo, sus anhelos delinean los contornos de un cuerpo capacitado según lo socialmente determinado, y de una mente típica conforme al pensamiento establecido. ¿Qué otra cosa podrían ansiar? Uno espera lo mejor para sus hijos, y eso se traduce en lo “normal”: seguir el camino de sus padres o superar aquellos momentos truncos donde no fueron lo suficientemente “capaces”.

Casi nadie espera un hijo autista o divergente en cualquier sentido. Es algo impensable, irrepresentable, monstruoso en términos de supervivencia social, donde el terror a la diferencia excede a ese ser distinto y se centra en lo que la sociedad hace con quienes son diferentes. Si alguien no puede ser moldeado, normalizado, es desechado, descartado de múltiples y dolorosas maneras.

Cuando el niño autista irrumpe en la vida, haciendo añicos el ideal social, colapsa la ensoñación del niño capacitado que anidaba en las esperanzas de sus padres. Un niño inexistente, tan ideal como el ideal de donde provenían sus retazos. Un ideal que, sin embargo, se convierte en la realidad misma. En esta se intentará revertir este impasse, retornar al grado cero del niño (neuro)típico. La negación de la naturaleza autista (en realidad, de cualquiera que diverja corporal o mentalmente) mantiene con vida al niño ficticio mientras condena al existente.

En la búsqueda de ese niño ideal, escondido bajo el caparazón del actual, secuestrado por un ser imposible, las curas, recuperaciones y terapias de conversión (como el ABA) aparecen como bálsamos, paliativos para mitigar la desesperanza capacitista. Se emprende entonces un camino irrealizable: eliminar el autismo o, al menos, hacerlo imperceptible. Similar al niño que debió ser.

Un fracaso anunciado, porque no habrá forma válida o realizable de lograrlo. Ningún método alternativo o intervención terapéutica —ya sea a través de dietas, quelaciones, Nemecheck, Tomatis, cámara hiperbárica, MeRT, ABA, Denver, etc.— hará emerger al niño neurotípico. Quizá “normalicen” al niño autista a fuerza de horas de terapias conductistas, donde se le condicionará, enmascarará, haciéndole comprender que no debe intentar ser él mismo. Considerando fútil toda resistencia, perderá toda clase de fe.

El autismo estará siempre allí; nadie puede reprimir su ser indefinidamente. Un día el cuerpo y la mente colapsarán, entrarán en un burnout insalvable, y acontecerán las señales del trauma complejo. La suma de los años invertidos en desaparecerlo será proporcional al dolor obtenido: años desperdiciados, tanto por quienes creyeron hacer el bien como por quien sufre en sí la realidad del mal. Años en los que usted ha perdido un hijo, el que sí tenía, y él su propia vida.

Porque usted está perdiendo a su hijo creyendo, deseando encontrarlo, rescatarlo. Está perdiendo lo existente en pos de una quimera perniciosa. Cada día dedicado a traer al mundo al niño neurotípico desvía su mirada de la vida autista de su hijo, la única realizable. Un día perdido. Usted está perdiendo a su hijo real hoy, mientras no acepte su autismo. Está perdiendo la posibilidad de conocerlo, de expandir la limitada concepción de lo humano en nuestra sociedad, de disfrutarlo y maravillarse con el valor que su sola vida representa.

Usted está perdiendo el hoy creyendo ganarlo. “Carpe diem”, “aprovecha el instante” (o el día), es un verso de Horacio cuya continuación a menudo se olvida: “quam minimum credula postero” (“desconfía del mañana”). En ese mañana, donde cree que llegará el niño neurotípico, quizá solo encuentre la ausencia: la de su hijo real. Ese día, que ya será ayer, recordará únicamente su negación, la de un desconocido, un rechazado en nombre del amor a una fantasía. A un fantasma.

Usted está perdiendo a su hijo, pero aún puede recobrarlo, tenerlo. ¿Se atreverá a romper los dictados sociales que arrebatan la vida? ¿Podrá virar en dirección a la vida buena? ¿Podrá amarlo entendiendo que su bienestar se basa en ser autista? ¿Podrá hacerlo en este instante?
Carpe diem, quam minimum credula postero.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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