“Jesús nació en un establo”, así comienza su Historia de Cristo Giovanni Papini. En el departamento de la calle Torres Paz, en Santa Beatriz, donde transcurrió mi infancia, había algunos libros de este autor italiano. Fue hacia los cinco años, estimo, cuando tomé uno de sus libros de la biblioteca paterna, avivada mi curiosidad por la portada roja con un rostro dibujado a grandes trazos negros y severamente deteriorada por la humedad. Palabras y sangre era su título, entre muchos otros en un librero lleno de textos que jamás me importarían y carente de tantos otros que seguiré buscando.

“Un establo, un verdadero establo, no es el alegre pórtico ligero que los pintores cristianos han edificado al Hijo de David, como avergonzados de que su Dios hubiese nacido en la miseria y la suciedad.” Papini imprimió en mí la intensa nostalgia de saberme siempre lejos, cualquiera fuera el día, la estación o la meta alcanzada. En la estrechez y oscuridad de aquella casa, una docena de libros llegó a ser mi tesoro, inabarcable en su luminosidad; tanta como para ser una de las tablas que me ha sostenido a través del dolor soberano, el declive de la esperanza y el tedio de las renovadas decepciones. Tanta como para, aún hoy, cerrar los ojos ante el desasosiego y sentir en mí la promesa de una felicidad escoltada por cientos de páginas angélicas.

“El establo no es más que cuatro paredes rústicas, un empedrado sucio, un techo de vigas y lanchas. El verdadero establo es oscuro, descuidado, maloliente: no hay limpio en él más que la pesebrera donde el amo prepara el heno y los piensos.”
En aquella infancia de libros que nunca llegaron bajo el árbol, la Navidad era un evento de discontinuidades: mi madre esforzándose en armar el pesebre y los decorados; la indiferencia de mi padre; las mismas películas de cada año en un puñado de canales de televisión; la cena en silencio y yo soñando con huir, lejos, siempre. En el establo que era mi casa no había cabalmente un lugar para un nacimiento.

Porque de eso se trata la Navidad: de un nacimiento. Hoy lo sé con certeza. Lo sé aún más desde que me sé autista. Lo sé en la confianza razonable que da la fe. La Navidad es, esencialmente, a pesar de la sociedad secularizada y del consumo, a pesar de las derivas de lo postmoderno, de la crisis de la verdad y de la agonía de toda historia fundante, un nacimiento: el del Dios encarnado, del Dios que se “discapacita” por nosotros, despojado de todo esplendor y omnipotencia en aquel Jesús nacido entre el vaho de los animales, el aroma a estiércol y la esperanza firme y serena de dos cuidadores humanos.

Este niño, el Hijo, perfecto Dios y perfecto hombre, compartirá en su crucifixión, una treintena de años después, el destino de quienes producen poco o nada: aquellos para quienes su vida y causa el mundo considera un fracaso. Aquellos constantemente discapacitados por la sociedad. El Dios todopoderoso toma forma humana, se enmarca en un cuerpo y en sus límites: lo Absoluto en lo relativo, lo infinito en lo finito, como diría Hans Küng. El Hijo, que en su cuerpo resucitado y glorioso sigue llevando las marcas de la pasión sin que estas sean motivo de vergüenza u ocultamiento: las muestra e invita a tocarlas (Jn 20, 20-29). Es, en palabras de Eiesland, el “Dios discapacitado”.

Ningún día es bueno para ocultar la identidad, tampoco la fe. Sabemos lo caótico y estresante que estas fechas pueden ser para nosotros: la sobrecarga de estímulos, la pirotecnia, las caravanas sociales, el bullicio y el movimiento. Pero todo esto ocurre justamente porque no es la Navidad. La Navidad ocurre en otro plano: uno donde un niño nació en un establo inmundo para mostrar su rechazo y la superación de los poderes y glorias terrenas, transitorias en la historia de la salvación. No importa cuán bajo o ruin pueda sentirse el humano, cuán indigno, siempre podrá nacer la redención en las cavernas del alma, como en aquel establo húmedo y en penumbra donde bien pudo nacer Dios.

Y, sin embargo, ¿podría aún nacer este niño en medio de la vanidad, del ego, del oropel, del despilfarro con los cuales se ha cubierto su llegada? Siempre es momento de echar nuevamente a los mercaderes del templo, del verdadero Nacimiento. Es tarea de todos quienes dicen ser cristianos. Y para quienes no lo sean, bastaría recordar de qué trata esta fecha secuestrada y apropiada: no es una del dispendio ni del disfraz social. Es una de inmensa alegría y recogimiento. Una fiesta del Amor que desciende y se entrega gratuita e inmensamente, incondicional. Distinta de los días vanos, fatuos, de la sociedad (neo)liberal.

Hoy, Dios viene como un niño frágil, necesitado de los más grandes cuidados. Dice Papini: “Sobre la tierra, porqueriza precaria donde todos los hermoseamientos y perfumes no pueden ocultar el estiércol, apareció una noche Jesús, dado a luz por una Virgen sin mancha, armado solamente de su Inocencia.”

Dios hecho hombre, “discapacitado”, aprenderá a dar sus primeros pasos, sufrirá las primeras fiebres y heridas, conocerá los sabores de las estaciones y el canto de las gentes. Sobre todo, sabrá del Amor de sus cuidadores, José y María: luz y promesa para sus ojos abiertos al mundo en medio del hedor y la penuria. Aprenderá, entonces, en toda su humana naturaleza, a través de estos cuidados, a confiar radicalmente en la vida y en su misión, a pesar de las sombras y de la muerte inevitable. A creer en la Vida que retorna y despeja toda tiniebla. Eternamente.

Feliz Navidad.

Por Ernesto Reaño

Hola a todos y todas, soy psicólogo y lingüista. Estudié psicología clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hice mi máster en Ciencias del Lenguaje por la Sorbonne Nouvelle Paris – III (Francia). Realicé especializaciones doctorales en la Universidad Autónoma de Madrid y la Université de Limoges. Hice mi doctorado en Ciencias del Lenguaje por la Université Sorbonne Nouvelle Paris - III (Francia). Desde el 2008 en que regresé al Perú, me a la investigación, dignóstico e intervención en Condiciones del Espectro Autista En el 2009 fundé el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA). Doy conferencias, seminarios y talleres en el Perú y en el extranjero y soy profesor universitario desde el 2006. En el 2007 escribí el libro “El retorno a la aldea. Neurodiversidad, autismo y electronalidad.” Fui invitado a la ONU el 2 de abril de 2019 en el marco del día mundial de concientización del autismo “Tecnologías de asistencia, participación activa” como ponente en el panel “Comunicación: un derecho humano”.

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