Un regalo dice, muchas veces, más de nosotros mismos que del destinatario. Elegimos un objeto pensando en lo que “creemos” o “imaginamos” le gustará. Si bien intentamos situarnos en la perspectiva de los gustos del agasajado, probablemente sea una proyección de nuestros propios deseos y preferencias.
Esta reflexión me la compartió, hace unos años, un autista de trece años. Y concluía lo siguiente: “Por ello, debemos preguntarle siempre al otro qué es lo que quiere”. El esperado efecto “sorpresa” no se iguala con la alegría de saber que se tendrá aquello que uno desea. Evitamos, también, repeticiones.
Los neurotípicos pueden fingir emocionarse al recibir algo ajeno a su gusto. Es parte de sus “habilidades sociales”, un formato de cortesía difícilmente comprensible para nosotros.
Todos hemos pasado por la experiencia de no poder ocultar nuestro fastidio o desagrado ante un obsequio lejano a nuestro interés. De niños, con total expresividad en el rechazo, para angustia y bochorno de los cuidadores; ya adultos, intentando disimularlo infructuosamente. Es uno de los límites en cualquier intento cotidiano de mímesis.
Después de aprender la recomendación de mi joven compañero, la he convertido en una máxima que cumplo estrictamente. Y la aconsejo siempre que alguien me pregunta qué debería regalarle a otra persona. “Pregúntale” es mi invariable respuesta. Luego paso a explicar el razonamiento aprendido años atrás. Usualmente se muestran sorprendidos y reticentes, pero no tienen más que aceptar su imbatible lógica. Y como ocurre con todos los usos racionales, despojados de los espejos y antifaces de la cortesía establecida por la norma, lo más probable es que no lo apliquen.
Hay una excepción reservada para unos cuantos: el “penguin pebbling”. En los rituales de apareamiento de los pingüinos Adelia, los machos eligen un guijarro con una especial misión: si la hembra lo acepta, accede a tenerlo como pareja. Es la primera piedra de un nido.
Mutatis mutandis, los autistas damos pequeños regalos —inusuales muchas veces—: una flor, una piedra, etc., intentando con ello decir: “Esta piedra me recordó a ti y aquí está”, “Pensé en ti y encontré esta flor”. Es uno de nuestros lenguajes de amor, un puente de afecto con quienes queremos tener o ya tenemos una conexión especial.
El regalo tiene para nosotros los elementos del rito: la costumbre, la ceremonia y sus pautas y reglas. El orden esencial es demostrarle al otro la importancia que tiene, el espacio que le reservamos dentro de nosotros. Lo obsequiado debe hablar más de él, a través de nosotros. Muchos neurotípicos se toman a sí mismos como el fin de lo otorgado; para nosotros, es el cumplimiento del encuentro del afecto, llegado en forma de objeto anhelado o encriptado en algo susurrante: “Te pienso”.
Si, por ventura, un autista te ofrece un regalo inusual, ajeno a lo cotidiano, más allá del correr de los días, algo especial proveniente de una colección suya, de sus intereses profundos, entonces es un tesoro lo recibido. Más allá del objeto particular, de su forma terrena, encierra una parte misma de su pasión, de nuestra mente y espíritu apasionados por los detalles y las formas vibrantes en nuestra más íntima frecuencia. Es el Amor mismo el que entonces se te otorga. Es Agapé mismo, el amor desinteresado, voluntario, incondicional; el más divino de los amores humanos. Todos los abrazos, apretones de mano, saludos cotidianos neurotípicos no lo alcanzan. Pocas caricias tocan la esencia de uno mismo como cuando se ofrenda, cuando soy Yo quien viaja en este trozo de materia para que tomes un instante de afecto detenido en el tiempo para ti.
Si te pregunto qué quieres de regalo, si dejo un pétalo en tus manos para decirte cómo te pienso, si alcanzas mi devoción a través de un fragmento de mis días, espero que sepas y luego sientas la forma única de afecto que tengo para ti. Distinta, diversa, incomparable. Estoy lejos de darte aquello que usualmente querrías, de las maneras como usualmente esperarías. Tengo otras costumbres. Espero que puedas soportar este descubrimiento para revelarte en otros gestos mi alegría y mi tan humano afecto que es, también, Amor.