«Amigo» viene del latín ‘amīcus’, que proviene del verbo ‘amāre’ que significa ‘amar’; así, «amigo» es «el que te ama». En los años que llevo trabajando en autismo, he escuchado y atendido verdaderas historias de horror ligadas a alguna forma de abuso hacia personas autistas por parte de alguien que creían su «amigo».
En inglés, «mate crime» significa, aproximadamente, «crimen de amigo» y designa el hecho de fingir amistad hacia una persona en estado de vulnerabilidad con el fin de explotarla física, financiera, emocional o sexualmente.
Tenemos mapeado el bullying y sus consecuencias y eso está muy bien. Pero sobre esta forma de abuso(s), de crimen poco hablamos (al punto que no existe una forma de traducción instituida en castellano).
En el autismo hay dificultades para decodificar gestos del rostro y asociarlos a emociones socialmente establecidas y, con ello, interpretar eficazmente la conducta neurotípica. Muchos autistas, al no tener amigos o sentirse aislados, al no reconocer las (malas) intenciones del entorno, son presa fácil para el «mate crime».
Con esto no sugiero que hay que sobreproteger pero sí hay que proteger y enseñar a protegerse. Así como todos debemos tener una «confianza básica» hacia la vida de acuerdo al cuidado que nos hayan dado nuestros cuidadores, debemos enseñar una «desconfianza básica», razonable, hacia el mundo neurotípico (lo cual no habla bien de la sociedad neuronormativa). La «inteligencia callejera» que hay que aprender para evitar lo trágico en lo cotidiano.
Reconocer estas formas de crimen es una tarea que nos compete a todos: comunidad autista, cuidadores, profesionales y, sobre todo, al sistema de justicia.
Cuidar, generar confianza en sí, para enseñar a cuidarse; a desconfiar sin caer en la paranoia, siendo consciente del saber/poder protegerse. Poder conocer y saber a quiénes podemos llamar «amigos», a quienes nos van a amar.