En estos días empiezan a aparecer viejas técnicas conductistas que antaño eran utilizadas para las fobias. Concretamente me refiero a la «inmersión» (también llamada «inundación» o «exposición»). La persona es expuesta directamente hacia el foco de sus miedos profundos: si tiene fobia a las arañas será expuesto a ellas y así, un largo etcétera.
Este tipo de «técnica» puede causar más bien el afianzamiento de un trauma. Así lo confirman los enfoques actuales centrados en el cuidado informado. Mientras va cayendo en desuso aún se usa, alarmantemente, en personas autistas, sobre todo niños. Muchos de ellos son expuestos a situaciones aversivas bajo la idea de que «tienen que acostumbrarse», de que así se acaba con la «inflexibilidad», las conductas «disruptivas» y los «caprichos».
Estas ideas parten de un desconocimiento esencial de la neurología autista y del procesamiento de la información y de los estímulos a nivel sensorial. Esquematizando tenemos:
1. Los autistas procesan sensorialmente de manera distinta, de forma hipersensorial (más) o hiposensorial (menos) respecto de la población neurotípica. Así, la mayoría tiene dificultades para integrar sensorialmente, para dar sentido a los estímulos que impactan en sus sentidos. La mayoría presenta algún tipo de desorden sensorial. Frente a ello se debe buscar adecuar a la persona, no desensibilizar.
2. La mente autista tienen una gran capacidad de hiperfocalizarse en intereses que se vuelven profundos, procesa un tema a la vez (monotropismo). La «inflexibilidad» se debe a la dificultad de cambiar de canal de atención, de una actividad a otra; por ello privilegian rutinas establecidas. Este tipo de procesamiento cognitivo es la base de la creatividad y del talento autista, lo que hace que sean tan buenos en aquello que les apasiona.
3. Los autistas tienen en principio pocos problemas conductuales. Tienen, más bien, dificultades para comprender cómo actuar de acuerdo a las expectativas de las normas sociales típicas.
4. Lo que llamamos «disrupciones», «caprichos», «pataletas» tienen su origen, en la mayoría de casos, en:
a) Sobrecargas sensoriales.
b) Cambios abruptos o rupturas de rutinas.
5) El estrés generado por estas situaciones puede llevar a tres formas de colapso autista conocidos como: «burnout» (síndrome del quemado), «meltdown» (estallido), «shutdown» (apagado).
6) Exponer deliberadamente a un niño autista a situaciones aversivas para su sensorialidad o su procesamiento cognitivo es una forma de tortura (tormento), genera colapsos, genera traumas. El trauma no siempre tiene que ser un evento pavoroso, puede ser la suma de pequeños momentos cotidianos que violen el bienestar y el sentido de confianza en el mundo y en el cuidado.
7) Con esto no queremos decir que no se establezcan límites y normas de convivencia, pero estas tienen que ser dadas desde el respeto a la forma de neurodivergencia, al procesamiento sensorial y cognitivo, a la neurología e identidad autistas. Disciplina sí, pero desde el respeto y el cuidado.
8) Un niño que se «adapta» a estas situaciones no es un «éxito» de estas técnicas empleadas. Es alguien que ha claudicado, que ha aprendido a enmascarar, a disociar frente al evento traumático. Alguien que ha perdido buena parte de la fe que debe existir hacia el vivir. Alguien que se ha apagado y que finge.
9) Pregúntenle a los adultos autistas sobre esto. No en vano crearon el movimiento #StopABA.
Así como el infierno está empedrado de ellas, torturar puede ser el resultado de las «buenas intenciones». No los expongan. Guíenlos con respeto y firmeza, con alegría y cuidado.